miércoles, 24 de diciembre de 2025

La pequeña ayudante de la Befana

 


El primer deber de un revolucionario es hacer la revolución.

—Ernesto “Che” Guevara

 

Befana, Befana, Befana que vuelas en la noche,

bendice este hogar al pasar en tu vuelo.

Befana, Befana, Befana aleja los problemas.

Deja bendiciones y buena fortuna, te pedimos.

—Conjuro tradicional

 

Un día de agobio remataba en mayores fastidios.

La última semana había sido agotadora para Pammy Bionde, abogada general del Gobierno de los Estados Unidos. El círculo gubernamental —Möller, Vantz, Hogsett, y el resto, ya que el presidente Drumpf había perdido todo vestigio de su antigua lucidez, simplista como era, semanas atrás—  había determinado que el pan y circo necesario para aplacar al pueblo crecientemente inconforme sería la liberación de los archivos Eppenstein… y era una tarea que había dejado por completo en sus manos.

Había pasado el día entero supervisando las preparaciones finales para liberar los archivos. Eran tan numerosos que en los últimos meses se había visto obligada a contratar a centenares de trabajadores temporales para que revisaran documento por documento, clasificando y censurando cuidadosamente cada página para evitar que cualquier elemento comprometedor se filtrase. Porque había muchos. Pero al fin, todo estaba listo; en unas horas, los documentos serían liberados, y esto daría a los críticos e inconformes una perfecta distracción, combinada con la oportuna y bien calculada cercanía de las fiestas navideñas.

Ni siquiera había tenido oportunidad de almorzar, y mientras se relajaba en el asiento trasero de su auto, experimentó un ligero mareo. No deseaba otra cosa que llegar y dormir; pero eso sería imposible.

Ronald Drumpf había obtenido el primero de sus dos periodos presidenciales gracias al asunto Eppenstein; los informantes conspiracionistas Q-Anon habían extendido el rumor del Pizzagate, acerca de cómo la mayoría de los líderes demócratas pertenecían a una red de perversión y tráfico sexual cuyas actividades se realizaban en los sótanos de una cadena de pizzerías; lo que inició como denuncias de actividades corruptas pronto creció en exponer a una supuesta élite reptiliana que estaba detrás de todo. Algunos, como la propia Bionde, sabían que todo esto había nacido directamente de la inteligencia rusa, que había generado y esparcido estos rumores.

Esta historia no había nacido de la nada, claro; dos organizaciones de este tipo existían en efecto. La primera era la secta NXVIM, que había sido descubierta y desmantelada en 2019; la segunda era la verdaderamente problemática. Debido a los vínculos entre ambas, había sido descubierta al mismo tiempo, y su líder, Jefferson Eppenstein, fue arrestado, y murió de manera, en opinión del público, sospechosa, suicidándose en su celda cuando aguardaba su inminente audiencia y testificación.

Era cierto que varios demócratas habían sido clientes regulares de los servicios sexuales criminales que Eppenstein administraba en su isla privada, así como a bordo de su famoso avión. El verdadero problema era que muchos republicanos prominentes habían sido también clientes suyos… en especial el más problemático de todos. Cuando Bionde ordenó cancelar toda mención del nombre Drumpf en los Expedientes Eppenstein, no imaginó que serían tan numerosas que tomaría meses. Pero al fin el trabajo estaba hecho; se presentaría el material de manera selectiva, toda mención de Drumpf ilegible, y echando por delante la evidencia incriminatoria para un ex presidente demócrata y uno de los principales ideólogos de izquierda; incluso se había asegurado de que se añadieran algunas evidencias fabricadas involucrando a celebridades artísticas que se añadirían a las que sí se encontraban consignadas. Todo esto brindaría una legión de chivos expiatorios, haría que muchos demócratas se decepcionaran de sus ídolos y de su partido, y el gobierno habría cumplido con las demandas de los ciudadanos; la Navidad remataría, con sus actividades familiares y festivas, esta liberación del vapor acumulado, y el país volvería a ser relajado y manipulable. Incluso esperaban sentar las bases para justificar la eliminación definitiva de los demócratas.

Ahora, Pammy Bionde se podría enfocar en el último reto del día, aun si lo sentía insoportable luego de todo lo que había pasado: la obligada reunión con sus familiares que se hallaban de visita en Washington.

A Bionde no le agradaba su familia; además, su presencia —por no decir su existencia— era incómoda. La política antiinmigratoria del régimen hacía que pertenecer a una familia de inmigrantes italianos fuese incómodo, y sus tías se aferraban a su herencia europea en lugar de adecuarse a una vida moderna y americana como deberían. Pero sólo serían unas cuantas horas en estos días; luego se marcharían, y quedaría libre de estos agotadores compromisos.

Entró a su casa, y tomó aliento, preparándose para encarar a sus visitas.

—¡Pammy! —la tía Gianna vino directamente hacia ella apenas cruzó la entrada; era improbablemente ágil para su edad. La abrazó y le plantó besos en las mejillas, no en el aire como se acostumbraba aquí. Bionde se obligó a sí misma a sonreír. Sólo unos días, se recordó a sí misma una vez más.

Su prima Lucía no estaba a la vista, probablemente en la cocina; había insistido en cocinar desde su llegada la tarde anterior, era lo único bueno de esto, pues sus preparaciones eran deliciosas. Los niños, Enzo y Chiara, estaban sentados en la alfombra viendo una caricatura navideña en una laptop.

—Llegas a tiempo para la merienda —declaró Lucía, saliendo de la cocina, y esto hizo por primera vez que la sonrisa de la hambrienta Bionde fuese sincera.

***

Un día productivo remataba en mayores satisfacciones.

En una casa alquilada en las afueras de San Petersburgo, donde Jenny Everywhere y Laura Drake se habían hospedado las últimas semanas, concluían una deliciosa merienda que les había invitado su huésped de hoy, Marietta Là-bas. Jenny, una chica morena de ojos rasgados, había cambiado sus habituales bufandas delgadas por una más gruesa y de colores navideños, aunque las viejas gafas de aviación que llevaba sobre su cabeza eran las mismas, infaltables cualquier día del año. La pelirroja Laura, en cambio, sólo llevaba un suéter morado en lugar de su chamarra habitual del mismo color, o de su bata de laboratorio que usaba con demasiada frecuencia.

Su visitante, Marietta, esperaba no tener algún hábito obsesivo de vestimenta o accesorios como los de ellas, aunque suponía que podía no ser consciente de ello. Hoy iba totalmente vestida de rojo, con su vestido ajustado, y un manto con capucha que ahora colgaba detrás de su nuca; pero era su vestimenta “de trabajo”, que usaba con frecuencia para actividades como la que esta noche tenían por delante.

—Ya sólo hay que confirmar —dijo Marietta, empinando el fondo de una copa de vino. Jenny había optado por una simple cerveza. Laura asintió, como si hubiera sido una señal que había estado esperando, se puso de pie y se dirigió a su estudio, donde la computadora ya estaba encendida. Tecleó, y observó el monitor.

—Lo están subiendo todo y está quedando como lo planeamos —confirmó, mirando el sitio web gubernamental—. No puedo creer que tardaron tantos meses; a mí me tomó unos días repasarlo todo. Y lo peor es que se les fueron muchas cosas sin censurar; son de lo más incompetente.

—¿Es prudente verlo desde aquí? —preguntó Marietta, con cierto recelo. Jenny le guiñó un ojo con desenfado.

—Ahora mismo medio país está mirando esa página. Además, aunque Laura fuera la única haciéndolo, si ella no quiere que la rastreen, nadie lo hará.

Laura le dirigió una media sonrisa en reconocimiento al elogio, y explicó:

—Acabo de confirmarlo, todo está tal y como esperábamos. Ya pueden ustedes rematar el trabajo como lo planeamos.

—¡Excelente! —Jenny sacudió los puños en el aire con entusiasmo, y abrazó a Laura, plantándole un beso exagerado— Eres genial. ¿Por qué no vienes también?

—Na, aquí estoy bien. Lo voy a ver todo por la cámara en tus gafas de todos modos; así me aseguro que todo salga bien, y si hay algo que convenga grabar y no salga claro, te puedo avisar.

—¡Muy bien! —un segundo beso, breve y más en serio, y se volvió hacia Marietta, quien se había colocado sus gafas de cristales rojos y se estaba acomodando la capucha del manto. Aquella capa era su vestimenta ritual en actividades esotéricas, heredada de su abuela Celeste, cuyo mote mágico también había retomado: Lady Satán. Al igual que su antepasada, Marietta utilizaba también esta identidad para sus actividades de oposición a diversos agentes y fuerzas que lo merecían, entre las cuales la principal era ahora el gobierno fascista de los Estados Unidos de América.

Jenny se tocó las gafas de aviación que usaba a manera de diadema, como si sólo se las acomodara, y recordó que debía ponérselas para que la cámara de Laura enfocara lo que ella miraba. Se las colocó, y le tendió una mano a Marietta; ésta la tomó, y miró a Laura una vez más, la cual hizo una señal de pulgar arriba y se enfrascó en su computadora.

Jenny y Marietta empezaron a caminar y… shiftearon.

***

Pammy Bionde se despidió de  su prima luego de ofrecerse a retirar los últimos trastes de la mesa; en cuanto Lucía desapareció escaleras arriba, dejó la pila de platos a un lado y fue al gabinete a extraer una botella de brandy. Esto era lo que necesitaba para luego poder conciliar el sueño. Destapó la botella y bebió directamente de ella. Exhaló, satisfecha del agradable ardor en su garganta, y caminó hacia la sala, mientras bebía otro trago; allí, las luces estaban apagadas para hacer lucir los focos parpadeantes del árbol.

Por fortuna, no tendría que encargar regalos; fieles a sus tradiciones italianas, la tía Gia y Lucía no habían inculcado a sus niños la necedad de la venida de Santa Claus en Nochebuena, sino una necedad alterna: la Befana, la bruja de navidad, les dejaría obsequios la víspera del 6 de enero, la noche que había oído que en Latinoamérica eran los tres magos de oriente quienes daban regalos a los niños. ¡Obsequios y magia!, qué pérdida de tiempo enseñar esas fábulas a los niños y hacerles creer que eran reales.

Empinó la botella una vez más y creyó escuchar un siseo, shhftt… como de algo que era arrastrado sobre la alfombra. El alcohol empezaba a hacer efecto, y se debatió entre sentarse en el sillón o beber un par de tragos más y retirarse al dormitorio. Mientras lo pensaba, miraba de manera embotada la botella en cuya superficie destellaban los parpadeos de las luces navideñas, y alcanzó a notar un cambio en las luces tanto en los reflejos como a su alrededor, como si éstas se movieran de repente, cuando percibió unos sonidos sordos.

Eso son pasos, pensó; son pasos detrás de mí.

Se dio cuenta que había escuchado eso en verdad, y sus ojos se abrieron mucho. ¿Serían los niños? Pero debían estar dormidos. Empezó a voltear, con un temor irracional nutrido por el brandy, pero no alcanzó a hacerlo: unos destellos rojos, azules y verdes pasaron delante de sus ojos, y algo rodeó su cuello. Sintió un tirón, y aquello se ajustó alrededor de su garganta; lo tocó con su mano libre y al hacerlo, soltó la botella con espanto: era una extensión de luces navideñas, tal vez la misma del árbol, y acababa de ser enroscada alrededor de su cuello. Alguien estaba a sus espaldas y pretendía estrangularla.

Bionde gimió con pánico e intentó agarrar el cable de las luces, pero estaba firmemente ajustado alrededor de su cuello. Entonces un pie empujó con violencia entre sus omóplatos y se precipitó de bruces sobre la alfombra; el cable se tensó contra su tráquea, y los brillos cambiantes en torno a sus pómulos le dijeron que las luces continuaban encendidas, incluso ahora. Intentó incorporarse, aterrorizada, pero el pie presionaba su espalda, manteniéndola contra el suelo, y el cable tiraba de su cuello, forzándola a enderezar la cabeza de manera precaria para respirar.

Volteó la cabeza lo más que pudo para mirar atrás; se preguntó vagamente por qué no habían sonado las alarmas, dónde estaba el personal de seguridad que vigilaba el exterior de la casa. Alcanzó a ver una bota roja, el borde de una falda o abrigo del mismo color que colgaba sobre ella. Una bota de mujer. Más allá, distinguió otras dos piernas enfundadas en mezclilla y botas de invierno, ropa genérica, dando un par de pasos para aproximarse. Visiones de verse secuestrada, o peor, pasaron por su mente; recordó los rollos de efectivo que guardaba en el cofrecillo junto a la ventana, y pensó desesperada que quizá podría comprar su libertad.

—Tengo… su voz era un siseo ronco debido al cable que la estrangulaba—— tengo… —pero las palabras se desdibujaban en su cabeza, el pánico le impedía pensar con claridad.

—Debería librarla de su miseria de una vez —dijo una voz de mujer.

—Wo, wo, wo, espera —dijo otra voz femenina—, ese no era el plan. Te juro que entre tú y Lau…

—¡Shh!

¿Eran dos mujeres? Bionde se controló un poco. Si no había nadie más, tal vez tendría oportunidad de escaparse. Tensó el cuerpo, pero permaneció quieta…

—Ok, ok, no lo dije. Ahora, déjala respirar, ¿sale?

El cable se aflojó ligeramente. ¡Ahora!

Bionde giró sobre sí misma, empujándose contra el suelo con ambas manos, y logró quitarse aquel pie de encima; la mujer de rojo trastabilló y retrocedió un par de pasos, tiró del cable, pero ella ya se ponía en pie y no alcanzó a tensarlo. Si intentaba correr, la estrangularía de nuevo.

Vio a una mujer alta, encapuchada, toda de rojo, sostenía en una mano floja el cable de luces; miraba a su acompañante. La otra era una chica joven, de pelo corto, con un horrendo suéter navideño y unas gafas extrañas puestas. Pero lo más importante: No vio armas en sus manos.

Con una exclamación inarticulada, se lanzó hacia la mujer de rojo, buscando su rostro y su garganta. No alcanzó a ver el movimiento, sólo el puño que llenó su campo de visión y el dolor intenso que se extendió por su cara. Bionde cayó de espaldas, su nariz rota; su cuello quedó colgando del cable, lo que impidió que su cabeza golpeara el suelo, y la sangre de su nariz se filtró entre sus labios. Aturdida, se sintió abrumada por el sabor metálico y el dolor que su mente visualizaba como un bloque aplastando su rostro.

Cuando su mente se empezó a aclarar de nuevo, la obligaban a enderezarse, sujetándola de los brazos. Era difícil enfocar la mirada. Estaban enrollando el cable de luces navideñas alrededor de sus brazos. Los focos continuaban parpadeando. Tiraron de ella una vez más, y sintió que la levantaban en vilo; la chica de las gafas raras estaba subida en una silla junto a ella. ¿Qué estaba pasando? Miró hacia arriba, y vio que estaba atando algo al ventilador del techo. El terror regresó. ¿La iban a ahorcar? Intentó gritar, pero sólo brotó un gemido bajo que generó un acceso de tos.

—Calla o vas a despertar a tu familia —dijo la mujer de rojo a sus espaldas. La chica de las gafas se bajó de la silla y miró hacia arriba, inspeccionando su labor; las manos que sujetaban sus brazos la soltaron, y se desplomó, ya que sus piernas estaban flácidas. Por un instante esperó un tirón en su garganta que cortara su respiración; y huno un tirón, pero en el cable que daba varias vueltas alrededor de sus hombros; sus piernas reaccionaron al fin y consiguió ponerse en pie. Miró hacia arriba: la habían colgado del techo, para mantenerla erguida, pero sin atarla al cuello, gracias a Dios. El cable estaba tenso alrededor de sus brazos y muslos, y estaba atado con firmeza alrededor de sus muñecas, detrás de su espalda. Y las malditas luces seguían parpadeando sobre ella, como si fuera un enorme adorno navideño.

La chica de las gafas la miró, hizo una mueca desaprobatoria, y tomó una de las calcetas colgadas de la chimenea; con ella limpió la sangre del rostro de Bionde, la cual gimió de agonía al ser frotada su nariz hinchada.

—Shh —dijo la chica. La mujer de rojo había caminado hasta colocarse dentro de su campo de visión, y ahora se agachaba sobre la alfombra. Estaba pintando algo en ella con un bote de spray, escribiendo algo con pintura roja. Se enderezó para apreciar el resultado, y Bionde alcanzó a ver el diseño trazado: una especie de S estilizada. Le pareció familiar, y casi de inmediato, recordó por qué.

Había sido un par de meses atrás; cuando Steven Möller, el asesor de gobierno, y la secretario de Seguridad Nacional Kristen Nome habían decidido mudarse de sus domicilios privados al interior de unas bases militares, ya que se sentían inseguros. Nome no había dicho por qué, aunque Bionde pensaba que había sido a raíz de una experiencia que vivió en Portland (1); pero Möller había sido bastante explícito al respecto. Algunos vándalos AntiFa habían llenado la acera frente a su domicilio con mensajes intimidantes y sintió que su vida estaba en peligro. En realidad, los mensajes, aunque molestos, no le habían parecido intimidatorios a Bionde: leyendas como “No al racismo” y “Los trans tienen derechos” serían molestos para ellos pero no eran ninguna amenaza. Pero entre las distintas frases, había un símbolo más ambiguo… en forma de S estilizada. Era ese mismo que la mujer de rojo acababa de trazar en medio de la alfombra. Cuando Bionde interrogó a Möller, él le dijo que había recibido una visita, algo que no podía contar a los medios… y había dicho un nombre, sin más explicaciones.

—Lady Satán.

La mujer de rojo volteó a mirarla a través de sus gafas rojas al oírse mencionada.

—Ya que despertaste, ahora podrás escucharme…

Unos pasos rápidos la interrumpieron. Lady Satán extrajo con un movimiento veloz una pistola de entre los pliegues de su capa, y tanto ella como la chica de gafas se volvieron hacia la escalera.

Los niños aparecieron; bajaban descalzos. Seguramente habían escuchado el ruido. Lady Satán guardó la pistola al verlos.

—Niños —Bionde iba a decirles que volvieran arriba a pedir auxilio, pero algo invadió su boca con un sabor penetrante a pan de jengibre. La chica de gafas había metido una galleta en su boca. Mientras ella se atragantaba y tosía, Enzo y Chiara acababan de bajar y miraban boquiabiertos la escena. Lady Satán los observaba sin saber cómo reaccionar.

Entonces los niños se miraron y sonrieron maravillados; dijeron, no exactamente a coro pero sus voces se traslaparon:

—¡Es la Befana!

Bionde habría soltado un improperio de no haber estado tosiendo todavía.

—¡Así es! —exclamó la chica de las gafas, sonriente, y aplaudió dos veces, adelantándose— La Befana vino antes de tiempo para traerles unos regalos, estábamos preparándoles la sorpresa con su tía Pammy, que se iba a disfrazar de árbol de navidad para dárselos. ¡Se suponía que ustedes estarían dormidos! —agregó en tono de fingido regaño, sacudiendo el dedo índice.

Lady Satán suspiró, y volteó a decirle a Bionde en voz muy baja y cortante como una daga:

—Una palabra y no verás Nochebuena.

Enzo y Chiara corrieron a abrazar a la mujer de rojo, la cual estaba visiblemente perpleja e incómoda, pero no desmintió su confusión; les dio unas palmadas titubeantes sobre sus cabezas, e intentó sonreír sin mucho éxito.

—¿Y nos trajiste regalos? —preguntó Enzo, notando las manos vacías de la Befana.

—¡Aquí están! —-dijo la chica de las gafas con entusiasmo; se acuclilló, puso ambas manos detrás de su espalda, y extrajo de alguna parte un paquete con moño con su mano izquierda para entregárselo a Enzo, el cual lo tomó con un “¡Guau!” Luego tendió otro paquete aun más grande a Chiara con su mano derecha. ¿Cómo diablos hacía eso?

La chica se incorporó y se aproximó a Bionde mientras los niños abrían sus regalos. Sin dejar de sonreír, le dijo:

—No les vayas a arruinar la fiesta desmintiendo esto, ¿entendido?

Bionde asintió con la cabeza, ansiosa.

—Es momento de que sepas lo que está ocurriendo —murmuró Lady Satán, y le mostró una imagen en su celular—. En este momento, los Expedientes Eppenstein están en línea como tú lo ordenaste; y el público ya está descubriendo que basta con seleccionar, copiar y pegar los textos cancelados y censurados para leer todas las partes que ustedes pretendieron ocultar —en la pantalla del celular, una animación del proceso le mostraba lo descrito: una palabra bloqueada con un recuadro negro era seleccionada por un cursor, luego era pegada en un archivo de texto y aparecía: “Drumpf”—. Cada archivo censurado que tu equipo sube es sustituido por uno completamente legible antes de quedar disponible en el sitio web  oficial. Tú estás a cargo de la desclasificación, y serás considerada responsable por tu gente —Lady Satán sonrió ligeramente, y Bionde sintió un escalofrío—. Pero queríamos que sepas que hemos sido nosotras. Es sólo el comienzo.

—Y otra cosa —murmuró la chica de las gafas—- No te mereces unos sobrinos tan lindos.

Los niños en cuestión lanzaban exclamaciones de entusiasmo con sus obsequios desenvueltos, y corrieron a abrazar de nuevo a la Strega de Navidad; Lady Satán ya lo anticipaba y reaccionó con mayor paciencia en esta ocasión. Entonces empezaron a correr en círculos cantando:

La Befana vien di notte, con la scarpe… (2)

—A ver a ver niños —exclamó la chica de las gafas, con cierta inquietud—, ¿quieren despertar a todo el vecindario? —dejaron de correr y la miraron— Ustedes deberían estar dormidos, recuerden, así que ¡a la cama!

—Okeeey —gimió Chiara, y se encogió de hombros.

—¿Vienes tía? —preguntó Enzo, mirándola. Antes que pudiera decir algo, la chica de las gafas se adelantó:

—La tía Pammy es una actriz dedicada, y me dijo que piensa hacer el papel de arbolito de Navidad hasta que amanezca para sorprender a su mamá. Así que, ¡a la cama!

Los niños dijeron “¡buenas noches!” y obedecieron. Una vez se escuchó el crujido de la puerta de su dormitorio, Lady Satán y su compañera miraron a Bionde. Lady Satán tenía en sus manos la calceta con que le habían limpiado la sangre del rostro, y vaciaba un líquido en ella; su olor penetrante resultaba familiar. Intentó protestar, pero el trapo impregnado con cloroformo fue introducido en su boca.

Lo siguiente que supo fue que Lucía repetía su nombre mientras las voces de los niños que daban vueltas a su alrededor cantaban:

—¡Trullalá… trullalá!

***

—Empezamos a ver la resaca —anunció Laura Drake, con la mirada fija en el monitor, mientras empinaba lo último de su café y miraba agradecida a Jenny, quien había estado lista para llenar su taza de nuevo.

—¿Creen que esto baste para provocar un desafuero a Drumpf? —preguntó Jenny.

—Por desgracia, no lo creo —repuso Marietta, quien se había desviado al gabinete para poder añadir un toque de whisky a su café—. Ya hemos visto que los norteamericanos le aguantan cualquier cosa. Pero las cosas que están saliendo a la luz no son sólo el abuso de menores, que ahora no podrán negar; hay crímenes más variados que están en sus manos. Esto hará que MAGA pierda más y más seguidores; de todas maneras ya se había puesto en evidencia que la gran cantidad de cuentas que daban la impresión de un enorme apoyo en redes eran en su mayoría bots de Europa y África —dio un sorbo a su taza—. Quiero pensar que después de esto, sus partidarios serán demasiado pocos.

—Si es así, aun si no hay desafuero, por fuerza perderá las próximas elecciones aunque consiga nominarse para un tercer periodo —afirmó Jenny.

Laura alzó las cejas con cinismo.

—Mucho antes de eso intentarán cancelar las próximas elecciones, ya verás. Por eso está buscando iniciar una guerra, con Venezuela o con quien sea, para usarla como pretexto para suspender las elecciones.

—Por eso no nos quedaremos con los brazos cruzados —añadió Marietta—. Aun hay mucho por hacer. Y no pueden impedirlo porque aunque nos encontraran, o a alguien más, no existe ninguna gran organización subversiva, como el frente fantasma de los AntiFa que inventaron como pretexto para perseguir a sus opositores; es una conspiración abierta, como la llamaría H.G. Wells: grupos e individuos diversos, independientes entre sí, todos trabajando para un fin común. Y nadie descansará hasta que MAGA desaparezca del poder.

—Espero que eso suceda antes que comience alguna nueva guerra —dijo Laura.

Jenny se dejó caer recostada en el sofá.

—Apresuraremos las cosas lo más que se pueda —dijo; tomó su taza de la mesita, y la alzó hacia Marietta—.  ¡Por la Befana!

Marietta no pudo reprimir una sonrisa, mientras Jenny empezaba a cantar: “Trullalá”.

 

Créditos

 “La pequeña ayudante de la Befana” constituye un homenaje realizado para los aficionados y coleccionistas de los personajes clásicos del cómic.

 “La pequeña ayudante de la Befana” Copyright © 2025 Luis G. Abbadie. Debe ser reproducida siempre acreditando al autor.

Los Héroes Convocables es una serie de relatos que retoman a personajes clásicos de dominio público, huérfanos o con derechos liberados, para traerlos a enfrentar los desafíos del mundo actual.

El personaje Jenny Everywhere está disponible para su uso por cualquier persona, con una sola condición: este párrafo debe incluirse en cualquier publicación que involucre a Jenny Everywhere, para que otros puedan utilizar esta propiedad como deseen. Todos los derechos revertidos.

El personaje Laura Drake fue creada por Jeanne Morningstar y puede ser utilizada por cualquier persona sin atribución alguna. Todos los derechos revertidos.

Marietta Là-bas / Lady Satán, publicada originalmente en (1941), fue creada por George Tuska; es del dominio público debido a singularidades legales.

Esta es una obra de ficción, en ella cualquier semejanza con personajes y situaciones reales se sujeta a las normas de la parodia, y no pretende en ningún momento constituir una representación fidedigna de la realidad.

Notas

1) Esta experiencia fue narrada en “La noche de la rana”. 

2) La canción de la Befana puede ser escuchada aquí en versión de Gianni Morandi: