El primer deber de un revolucionario es hacer la revolución.
—Ernesto
“Che” Guevara
Befana,
Befana, Befana que vuelas en la noche,
bendice
este hogar al pasar en tu vuelo.
Befana,
Befana, Befana aleja los problemas.
Deja
bendiciones y buena fortuna, te pedimos.
—Conjuro
tradicional
Un
día de agobio remataba en mayores fastidios.
La
última semana había sido agotadora para Pammy Bionde, abogada general del Gobierno
de los Estados Unidos. El círculo gubernamental —Möller, Vantz, Hogsett, y el
resto, ya que el presidente Drumpf había perdido todo vestigio de su antigua
lucidez, simplista como era, semanas atrás—
había determinado que el pan y circo necesario para aplacar al pueblo
crecientemente inconforme sería la liberación de los archivos Eppenstein… y era
una tarea que había dejado por completo en sus manos.
Había
pasado el día entero supervisando las preparaciones finales para liberar los
archivos. Eran tan numerosos que en los últimos meses se había visto obligada a
contratar a centenares de trabajadores temporales para que revisaran documento
por documento, clasificando y censurando cuidadosamente cada página para evitar
que cualquier elemento comprometedor se filtrase. Porque había muchos. Pero al
fin, todo estaba listo; en unas horas, los documentos serían liberados, y esto
daría a los críticos e inconformes una perfecta distracción, combinada con la
oportuna y bien calculada cercanía de las fiestas navideñas.
Ni
siquiera había tenido oportunidad de almorzar, y mientras se relajaba en el
asiento trasero de su auto, experimentó un ligero mareo. No deseaba otra cosa
que llegar y dormir; pero eso sería imposible.
Ronald
Drumpf había obtenido el primero de sus dos periodos presidenciales gracias al
asunto Eppenstein; los informantes conspiracionistas Q-Anon habían extendido el
rumor del Pizzagate, acerca de cómo la mayoría de los líderes demócratas
pertenecían a una red de perversión y tráfico sexual cuyas actividades se
realizaban en los sótanos de una cadena de pizzerías; lo que inició como
denuncias de actividades corruptas pronto creció en exponer a una supuesta
élite reptiliana que estaba detrás de todo. Algunos, como la propia Bionde,
sabían que todo esto había nacido directamente de la inteligencia rusa, que
había generado y esparcido estos rumores.
Esta
historia no había nacido de la nada, claro; dos organizaciones de este tipo
existían en efecto. La primera era la secta NXVIM, que había sido descubierta y
desmantelada en 2019; la segunda era la verdaderamente problemática. Debido a
los vínculos entre ambas, había sido descubierta al mismo tiempo, y su líder,
Jefferson Eppenstein, fue arrestado, y murió de manera, en opinión del público,
sospechosa, suicidándose en su celda cuando aguardaba su inminente audiencia y
testificación.
Era
cierto que varios demócratas habían sido clientes regulares de los servicios
sexuales criminales que Eppenstein administraba en su isla privada, así como a
bordo de su famoso avión. El verdadero problema era que muchos republicanos
prominentes habían sido también clientes suyos… en especial el más problemático
de todos. Cuando Bionde ordenó cancelar toda mención del nombre Drumpf en los
Expedientes Eppenstein, no imaginó que serían tan numerosas que tomaría meses.
Pero al fin el trabajo estaba hecho; se presentaría el material de manera
selectiva, toda mención de Drumpf ilegible, y echando por delante la evidencia
incriminatoria para un ex presidente demócrata y uno de los principales
ideólogos de izquierda; incluso se había asegurado de que se añadieran algunas
evidencias fabricadas involucrando a celebridades artísticas que se añadirían a
las que sí se encontraban consignadas. Todo esto brindaría una legión de chivos
expiatorios, haría que muchos demócratas se decepcionaran de sus ídolos y de su
partido, y el gobierno habría cumplido con las demandas de los ciudadanos; la
Navidad remataría, con sus actividades familiares y festivas, esta liberación
del vapor acumulado, y el país volvería a ser relajado y manipulable. Incluso
esperaban sentar las bases para justificar la eliminación definitiva de los
demócratas.
Ahora,
Pammy Bionde se podría enfocar en el último reto del día, aun si lo sentía
insoportable luego de todo lo que había pasado: la obligada reunión con sus
familiares que se hallaban de visita en Washington.
A
Bionde no le agradaba su familia; además, su presencia —por no decir su
existencia— era incómoda. La política antiinmigratoria del régimen hacía que
pertenecer a una familia de inmigrantes italianos fuese incómodo, y sus tías se
aferraban a su herencia europea en lugar de adecuarse a una vida moderna y
americana como deberían. Pero sólo serían unas cuantas horas en estos días;
luego se marcharían, y quedaría libre de estos agotadores compromisos.
Entró
a su casa, y tomó aliento, preparándose para encarar a sus visitas.
—¡Pammy!
—la tía Gianna vino directamente hacia ella apenas cruzó la entrada; era
improbablemente ágil para su edad. La abrazó y le plantó besos en las mejillas,
no en el aire como se acostumbraba aquí. Bionde se obligó a sí misma a sonreír.
Sólo unos días, se recordó a sí misma
una vez más.
Su
prima Lucía no estaba a la vista, probablemente en la cocina; había insistido
en cocinar desde su llegada la tarde anterior, era lo único bueno de esto, pues
sus preparaciones eran deliciosas. Los niños, Enzo y Chiara, estaban sentados
en la alfombra viendo una caricatura navideña en una laptop.
—Llegas
a tiempo para la merienda —declaró Lucía, saliendo de la cocina, y esto hizo
por primera vez que la sonrisa de la hambrienta Bionde fuese sincera.
***
Un
día productivo remataba en mayores satisfacciones.
En
una casa alquilada en las afueras de San Petersburgo, donde Jenny Everywhere y
Laura Drake se habían hospedado las últimas semanas, concluían una deliciosa
merienda que les había invitado su huésped de hoy, Marietta Là-bas. Jenny, una
chica morena de ojos rasgados, había cambiado sus habituales bufandas delgadas
por una más gruesa y de colores navideños, aunque las viejas gafas de aviación
que llevaba sobre su cabeza eran las mismas, infaltables cualquier día del año.
La pelirroja Laura, en cambio, sólo llevaba un suéter morado en lugar de su
chamarra habitual del mismo color, o de su bata de laboratorio que usaba con
demasiada frecuencia.
Su
visitante, Marietta, esperaba no tener algún hábito obsesivo de vestimenta o
accesorios como los de ellas, aunque suponía que podía no ser consciente de
ello. Hoy iba totalmente vestida de rojo, con su vestido ajustado, y un manto
con capucha que ahora colgaba detrás de su nuca; pero era su vestimenta “de
trabajo”, que usaba con frecuencia para actividades como la que esta noche
tenían por delante.
—Ya
sólo hay que confirmar —dijo Marietta, empinando el fondo de una copa de vino.
Jenny había optado por una simple cerveza. Laura asintió, como si hubiera sido
una señal que había estado esperando, se puso de pie y se dirigió a su estudio,
donde la computadora ya estaba encendida. Tecleó, y observó el monitor.
—Lo
están subiendo todo y está quedando como lo planeamos —confirmó, mirando el
sitio web gubernamental—. No puedo creer que tardaron tantos meses; a mí me
tomó unos días repasarlo todo. Y lo peor es que se les fueron muchas cosas sin
censurar; son de lo más incompetente.
—¿Es
prudente verlo desde aquí? —preguntó Marietta, con cierto recelo. Jenny le
guiñó un ojo con desenfado.
—Ahora
mismo medio país está mirando esa página. Además, aunque Laura fuera la única
haciéndolo, si ella no quiere que la rastreen, nadie lo hará.
Laura
le dirigió una media sonrisa en reconocimiento al elogio, y explicó:
—Acabo
de confirmarlo, todo está tal y como esperábamos. Ya pueden ustedes rematar el
trabajo como lo planeamos.
—¡Excelente!
—Jenny sacudió los puños en el aire con entusiasmo, y abrazó a Laura,
plantándole un beso exagerado— Eres genial. ¿Por qué no vienes también?
—Na,
aquí estoy bien. Lo voy a ver todo por la cámara en tus gafas de todos modos;
así me aseguro que todo salga bien, y si hay algo que convenga grabar y no
salga claro, te puedo avisar.
—¡Muy
bien! —un segundo beso, breve y más en serio, y se volvió hacia Marietta, quien
se había colocado sus gafas de cristales rojos y se estaba acomodando la
capucha del manto. Aquella capa era su vestimenta ritual en actividades
esotéricas, heredada de su abuela Celeste, cuyo mote mágico también había
retomado: Lady Satán. Al igual que su antepasada, Marietta utilizaba también
esta identidad para sus actividades de oposición a diversos agentes y fuerzas
que lo merecían, entre las cuales la principal era ahora el gobierno fascista
de los Estados Unidos de América.
Jenny
se tocó las gafas de aviación que usaba a manera de diadema, como si sólo se
las acomodara, y recordó que debía ponérselas para que la cámara de Laura
enfocara lo que ella miraba. Se las colocó, y le tendió una mano a Marietta;
ésta la tomó, y miró a Laura una vez más, la cual hizo una señal de pulgar
arriba y se enfrascó en su computadora.
Jenny
y Marietta empezaron a caminar y… shiftearon.
***
Pammy
Bionde se despidió de su prima luego de
ofrecerse a retirar los últimos trastes de la mesa; en cuanto Lucía desapareció
escaleras arriba, dejó la pila de platos a un lado y fue al gabinete a extraer
una botella de brandy. Esto era lo que necesitaba para luego poder conciliar el
sueño. Destapó la botella y bebió directamente de ella. Exhaló, satisfecha del
agradable ardor en su garganta, y caminó hacia la sala, mientras bebía otro
trago; allí, las luces estaban apagadas para hacer lucir los focos parpadeantes
del árbol.
Por
fortuna, no tendría que encargar regalos; fieles a sus tradiciones italianas,
la tía Gia y Lucía no habían inculcado a sus niños la necedad de la venida de
Santa Claus en Nochebuena, sino una necedad alterna: la Befana, la bruja de
navidad, les dejaría obsequios la víspera del 6 de enero, la noche que había
oído que en Latinoamérica eran los tres magos de oriente quienes daban regalos
a los niños. ¡Obsequios y magia!, qué pérdida de tiempo enseñar esas fábulas a
los niños y hacerles creer que eran reales.
Empinó
la botella una vez más y creyó escuchar un siseo, shhftt… como de algo que era arrastrado sobre la alfombra. El
alcohol empezaba a hacer efecto, y se debatió entre sentarse en el sillón o
beber un par de tragos más y retirarse al dormitorio. Mientras lo pensaba,
miraba de manera embotada la botella en cuya superficie destellaban los
parpadeos de las luces navideñas, y alcanzó a notar un cambio en las luces
tanto en los reflejos como a su alrededor, como si éstas se movieran de
repente, cuando percibió unos sonidos sordos.
Eso son pasos, pensó; son
pasos detrás de mí.
Se
dio cuenta que había escuchado eso en verdad, y sus ojos se abrieron mucho.
¿Serían los niños? Pero debían estar dormidos. Empezó a voltear, con un temor
irracional nutrido por el brandy, pero no alcanzó a hacerlo: unos destellos
rojos, azules y verdes pasaron delante de sus ojos, y algo rodeó su cuello.
Sintió un tirón, y aquello se ajustó alrededor de su garganta; lo tocó con su
mano libre y al hacerlo, soltó la botella con espanto: era una extensión de
luces navideñas, tal vez la misma del árbol, y acababa de ser enroscada
alrededor de su cuello. Alguien estaba a sus espaldas y pretendía
estrangularla.
Bionde
gimió con pánico e intentó agarrar el cable de las luces, pero estaba
firmemente ajustado alrededor de su cuello. Entonces un pie empujó con
violencia entre sus omóplatos y se precipitó de bruces sobre la alfombra; el
cable se tensó contra su tráquea, y los brillos cambiantes en torno a sus
pómulos le dijeron que las luces continuaban encendidas, incluso ahora. Intentó
incorporarse, aterrorizada, pero el pie presionaba su espalda, manteniéndola contra
el suelo, y el cable tiraba de su cuello, forzándola a enderezar la cabeza de
manera precaria para respirar.
Volteó
la cabeza lo más que pudo para mirar atrás; se preguntó vagamente por qué no
habían sonado las alarmas, dónde estaba el personal de seguridad que vigilaba
el exterior de la casa. Alcanzó a ver una bota roja, el borde de una falda o
abrigo del mismo color que colgaba sobre ella. Una bota de mujer. Más allá,
distinguió otras dos piernas enfundadas en mezclilla y botas de invierno, ropa
genérica, dando un par de pasos para aproximarse. Visiones de verse secuestrada,
o peor, pasaron por su mente; recordó los rollos de efectivo que guardaba en el
cofrecillo junto a la ventana, y pensó desesperada que quizá podría comprar su
libertad.
—Tengo…
su voz era un siseo ronco debido al cable que la estrangulaba—— tengo… —pero
las palabras se desdibujaban en su cabeza, el pánico le impedía pensar con
claridad.
—Debería
librarla de su miseria de una vez —dijo una voz de mujer.
—Wo,
wo, wo, espera —dijo otra voz femenina—, ese no era el plan. Te juro que entre
tú y Lau…
—¡Shh!
¿Eran
dos mujeres? Bionde se controló un poco. Si no había nadie más, tal vez tendría
oportunidad de escaparse. Tensó el cuerpo, pero permaneció quieta…
—Ok,
ok, no lo dije. Ahora, déjala respirar, ¿sale?
El
cable se aflojó ligeramente. ¡Ahora!
Bionde
giró sobre sí misma, empujándose contra el suelo con ambas manos, y logró
quitarse aquel pie de encima; la mujer de rojo trastabilló y retrocedió un par
de pasos, tiró del cable, pero ella ya se ponía en pie y no alcanzó a tensarlo.
Si intentaba correr, la estrangularía de nuevo.
Vio
a una mujer alta, encapuchada, toda de rojo, sostenía en una mano floja el
cable de luces; miraba a su acompañante. La otra era una chica joven, de pelo
corto, con un horrendo suéter navideño y unas gafas extrañas puestas. Pero lo
más importante: No vio armas en sus manos.
Con
una exclamación inarticulada, se lanzó hacia la mujer de rojo, buscando su
rostro y su garganta. No alcanzó a ver el movimiento, sólo el puño que llenó su
campo de visión y el dolor intenso que se extendió por su cara. Bionde cayó de
espaldas, su nariz rota; su cuello quedó colgando del cable, lo que impidió que
su cabeza golpeara el suelo, y la sangre de su nariz se filtró entre sus
labios. Aturdida, se sintió abrumada por el sabor metálico y el dolor que su
mente visualizaba como un bloque aplastando su rostro.
Cuando
su mente se empezó a aclarar de nuevo, la obligaban a enderezarse, sujetándola
de los brazos. Era difícil enfocar la mirada. Estaban enrollando el cable de
luces navideñas alrededor de sus brazos. Los focos continuaban parpadeando. Tiraron
de ella una vez más, y sintió que la levantaban en vilo; la chica de las gafas
raras estaba subida en una silla junto a ella. ¿Qué estaba pasando? Miró hacia
arriba, y vio que estaba atando algo al ventilador del techo. El terror regresó.
¿La iban a ahorcar? Intentó gritar, pero sólo brotó un gemido bajo que generó
un acceso de tos.
—Calla
o vas a despertar a tu familia —dijo la mujer de rojo a sus espaldas. La chica
de las gafas se bajó de la silla y miró hacia arriba, inspeccionando su labor;
las manos que sujetaban sus brazos la soltaron, y se desplomó, ya que sus
piernas estaban flácidas. Por un instante esperó un tirón en su garganta que
cortara su respiración; y huno un tirón, pero en el cable que daba varias
vueltas alrededor de sus hombros; sus piernas reaccionaron al fin y consiguió
ponerse en pie. Miró hacia arriba: la habían colgado del techo, para mantenerla
erguida, pero sin atarla al cuello, gracias a Dios. El cable estaba tenso
alrededor de sus brazos y muslos, y estaba atado con firmeza alrededor de sus
muñecas, detrás de su espalda. Y las malditas luces seguían parpadeando sobre
ella, como si fuera un enorme adorno navideño.
La
chica de las gafas la miró, hizo una mueca desaprobatoria, y tomó una de las
calcetas colgadas de la chimenea; con ella limpió la sangre del rostro de
Bionde, la cual gimió de agonía al ser frotada su nariz hinchada.
—Shh
—dijo la chica. La mujer de rojo había caminado hasta colocarse dentro de su
campo de visión, y ahora se agachaba sobre la alfombra. Estaba pintando algo en
ella con un bote de spray, escribiendo algo con pintura roja. Se enderezó para
apreciar el resultado, y Bionde alcanzó a ver el diseño trazado: una especie de
S estilizada. Le pareció familiar, y casi de inmediato, recordó por qué.
Había
sido un par de meses atrás; cuando Steven Möller, el asesor de gobierno, y la
secretario de Seguridad Nacional Kristen Nome habían decidido mudarse de sus
domicilios privados al interior de unas bases militares, ya que se sentían
inseguros. Nome no había dicho por qué, aunque Bionde pensaba que había sido a
raíz de una experiencia que vivió en Portland (1); pero Möller había sido
bastante explícito al respecto. Algunos vándalos AntiFa habían llenado la acera
frente a su domicilio con mensajes intimidantes y sintió que su vida estaba en
peligro. En realidad, los mensajes, aunque molestos, no le habían parecido
intimidatorios a Bionde: leyendas como “No al racismo” y “Los trans tienen
derechos” serían molestos para ellos pero no eran ninguna amenaza. Pero entre
las distintas frases, había un símbolo más ambiguo… en forma de S estilizada.
Era ese mismo que la mujer de rojo acababa de trazar en medio de la alfombra.
Cuando Bionde interrogó a Möller, él le dijo que había recibido una visita,
algo que no podía contar a los medios… y había dicho un nombre, sin más
explicaciones.
—Lady
Satán.
La
mujer de rojo volteó a mirarla a través de sus gafas rojas al oírse mencionada.
—Ya
que despertaste, ahora podrás escucharme…
Unos
pasos rápidos la interrumpieron. Lady Satán extrajo con un movimiento veloz una
pistola de entre los pliegues de su capa, y tanto ella como la chica de gafas
se volvieron hacia la escalera.
Los
niños aparecieron; bajaban descalzos. Seguramente habían escuchado el ruido.
Lady Satán guardó la pistola al verlos.
—Niños
—Bionde iba a decirles que volvieran arriba a pedir auxilio, pero algo invadió
su boca con un sabor penetrante a pan de jengibre. La chica de gafas había
metido una galleta en su boca. Mientras ella se atragantaba y tosía, Enzo y
Chiara acababan de bajar y miraban boquiabiertos la escena. Lady Satán los
observaba sin saber cómo reaccionar.
Entonces
los niños se miraron y sonrieron maravillados; dijeron, no exactamente a coro
pero sus voces se traslaparon:
—¡Es
la Befana!
Bionde
habría soltado un improperio de no haber estado tosiendo todavía.
—¡Así
es! —exclamó la chica de las gafas, sonriente, y aplaudió dos veces,
adelantándose— La Befana vino antes de tiempo para traerles unos regalos,
estábamos preparándoles la sorpresa con su tía Pammy, que se iba a disfrazar de
árbol de navidad para dárselos. ¡Se suponía que ustedes estarían dormidos! —agregó
en tono de fingido regaño, sacudiendo el dedo índice.
Lady
Satán suspiró, y volteó a decirle a Bionde en voz muy baja y cortante como una
daga:
—Una
palabra y no verás Nochebuena.
Enzo
y Chiara corrieron a abrazar a la mujer de rojo, la cual estaba visiblemente
perpleja e incómoda, pero no desmintió su confusión; les dio unas palmadas
titubeantes sobre sus cabezas, e intentó sonreír sin mucho éxito.
—¿Y
nos trajiste regalos? —preguntó Enzo, notando las manos vacías de la Befana.
—¡Aquí
están! —-dijo la chica de las gafas con entusiasmo; se acuclilló, puso ambas
manos detrás de su espalda, y extrajo de alguna parte un paquete con moño con
su mano izquierda para entregárselo a Enzo, el cual lo tomó con un “¡Guau!”
Luego tendió otro paquete aun más grande a Chiara con su mano derecha. ¿Cómo
diablos hacía eso?
La
chica se incorporó y se aproximó a Bionde mientras los niños abrían sus
regalos. Sin dejar de sonreír, le dijo:
—No
les vayas a arruinar la fiesta desmintiendo esto, ¿entendido?
Bionde
asintió con la cabeza, ansiosa.
—Es
momento de que sepas lo que está ocurriendo —murmuró Lady Satán, y le mostró
una imagen en su celular—. En este momento, los Expedientes Eppenstein están en
línea como tú lo ordenaste; y el público ya está descubriendo que basta con
seleccionar, copiar y pegar los textos cancelados y censurados para leer todas
las partes que ustedes pretendieron ocultar —en la pantalla del celular, una
animación del proceso le mostraba lo descrito: una palabra bloqueada con un
recuadro negro era seleccionada por un cursor, luego era pegada en un archivo
de texto y aparecía: “Drumpf”—. Cada archivo censurado que tu equipo sube es
sustituido por uno completamente legible antes de quedar disponible en el sitio
web oficial. Tú estás a cargo de la
desclasificación, y serás considerada responsable por tu gente —Lady Satán sonrió
ligeramente, y Bionde sintió un escalofrío—. Pero queríamos que sepas que hemos
sido nosotras. Es sólo el comienzo.
—Y
otra cosa —murmuró la chica de las gafas—- No te mereces unos sobrinos tan
lindos.
Los
niños en cuestión lanzaban exclamaciones de entusiasmo con sus obsequios
desenvueltos, y corrieron a abrazar de nuevo a la Strega de Navidad; Lady Satán
ya lo anticipaba y reaccionó con mayor paciencia en esta ocasión. Entonces
empezaron a correr en círculos cantando:
—La
Befana vien di notte, con la scarpe… (2)
—A
ver a ver niños —exclamó la chica de las gafas, con cierta inquietud—, ¿quieren
despertar a todo el vecindario? —dejaron de correr y la miraron— Ustedes
deberían estar dormidos, recuerden, así que ¡a la cama!
—Okeeey
—gimió Chiara, y se encogió de hombros.
—¿Vienes
tía? —preguntó Enzo, mirándola. Antes que pudiera decir algo, la chica de las
gafas se adelantó:
—La
tía Pammy es una actriz dedicada, y me dijo que piensa hacer el papel de
arbolito de Navidad hasta que amanezca para sorprender a su mamá. Así que, ¡a
la cama!
Los
niños dijeron “¡buenas noches!” y obedecieron. Una vez se escuchó el crujido de
la puerta de su dormitorio, Lady Satán y su compañera miraron a Bionde. Lady
Satán tenía en sus manos la calceta con que le habían limpiado la sangre del
rostro, y vaciaba un líquido en ella; su olor penetrante resultaba familiar.
Intentó protestar, pero el trapo impregnado con cloroformo fue introducido en su
boca.
Lo
siguiente que supo fue que Lucía repetía su nombre mientras las voces de los
niños que daban vueltas a su alrededor cantaban:
—¡Trullalá…
trullalá!
***
—Empezamos
a ver la resaca —anunció Laura Drake, con la mirada fija en el monitor,
mientras empinaba lo último de su café y miraba agradecida a Jenny, quien había
estado lista para llenar su taza de nuevo.
—¿Creen
que esto baste para provocar un desafuero a Drumpf? —preguntó Jenny.
—Por
desgracia, no lo creo —repuso Marietta, quien se había desviado al gabinete
para poder añadir un toque de whisky a su café—. Ya hemos visto que los
norteamericanos le aguantan cualquier cosa. Pero las cosas que están saliendo a
la luz no son sólo el abuso de menores, que ahora no podrán negar; hay crímenes
más variados que están en sus manos. Esto hará que MAGA pierda más y más
seguidores; de todas maneras ya se había puesto en evidencia que la gran
cantidad de cuentas que daban la impresión de un enorme apoyo en redes eran en
su mayoría bots de Europa y África —dio un sorbo a su taza—. Quiero pensar que
después de esto, sus partidarios serán demasiado pocos.
—Si
es así, aun si no hay desafuero, por fuerza perderá las próximas elecciones
aunque consiga nominarse para un tercer periodo —afirmó Jenny.
Laura
alzó las cejas con cinismo.
—Mucho
antes de eso intentarán cancelar las próximas elecciones, ya verás. Por eso
está buscando iniciar una guerra, con Venezuela o con quien sea, para usarla
como pretexto para suspender las elecciones.
—Por
eso no nos quedaremos con los brazos cruzados —añadió Marietta—. Aun hay mucho
por hacer. Y no pueden impedirlo porque aunque nos encontraran, o a alguien
más, no existe ninguna gran organización subversiva, como el frente fantasma de
los AntiFa que inventaron como pretexto para perseguir a sus opositores; es una
conspiración abierta, como la llamaría H.G. Wells: grupos e individuos
diversos, independientes entre sí, todos trabajando para un fin común. Y nadie
descansará hasta que MAGA desaparezca del poder.
—Espero
que eso suceda antes que comience alguna nueva guerra —dijo Laura.
Jenny
se dejó caer recostada en el sofá.
—Apresuraremos
las cosas lo más que se pueda —dijo; tomó su taza de la mesita, y la alzó hacia
Marietta—. ¡Por la Befana!
Marietta
no pudo reprimir una sonrisa, mientras Jenny empezaba a cantar: “Trullalá”.
Créditos
Los
Héroes Convocables es una serie de relatos que retoman a personajes clásicos de
dominio público, huérfanos o con derechos liberados, para traerlos a enfrentar
los desafíos del mundo actual.
El
personaje Jenny Everywhere está disponible para su uso por cualquier persona,
con una sola condición: este párrafo debe incluirse en cualquier publicación
que involucre a Jenny Everywhere, para que otros puedan utilizar esta propiedad
como deseen. Todos los derechos revertidos.
El
personaje Laura Drake fue creada por Jeanne Morningstar y puede ser utilizada
por cualquier persona sin atribución alguna. Todos los derechos revertidos.
Marietta
Là-bas / Lady Satán, publicada originalmente en (1941), fue creada por George
Tuska; es del dominio público debido a singularidades legales.
Esta
es una obra de ficción, en ella cualquier semejanza con personajes y
situaciones reales se sujeta a las normas de la parodia, y no pretende en
ningún momento constituir una representación fidedigna de la realidad.
Notas
1)
Esta experiencia fue narrada en “La noche de la rana”.
2) La canción de la Befana puede ser escuchada aquí en versión de Gianni Morandi:

