Episodio Anexo de Los Héroes Convocables
Autor y artista: Luis
G. Abbadie
(También puedes leer la
versión en inglés aquí)
A la Rana de
Portland,
Keep
Portland Weird
El
primer deber de un revolucionario es hacer la revolución.
—Ernesto “Che”
Guevara
Todas esas
personas tenían algo en común, amigos. No esperaron a saber adónde iban antes
de emprender su viaje. Cada una poseía lo que Jim Henson llamaba “optimismo ridículo”.
Sin eso, no tendríamos este mundo maravilloso en que vivimos.
—Kermit
Jenny Everywhere y
Laura Drake habían llegado a Portland esa mañana. Lo primero que hicieron fue dar
un paseo y desayunar. A mediodía verían a sus nuevas amigas Charlene y Kim, a
quienes habían conocido en Washington (1); decidieron irse con algo de tiempo para
continuar explorando, familiarizarse con la ciudad. Rentaron un auto para
facilitar las cosas; iban con rumbo al lugar de encuentro a lo largo de una
avenida y, mientras aguardaban en un semáforo, notaron, a media cuadra por una
calle lateral, a un puñado de personas acumuladas junto al muro exterior de un
edificio. Entre ellos, destacaba una persona con un disfraz amarillo de pollo.
—Mira, un pollo —dijo
Laura.
—Un pollo y una docena
de gente —replicó Jenny sin mucho interés, ocupada con una bolsa de nachos. Prefería
dejar a Laura conducir siempre que podía, aunque claro, tenía que ser
solidaria; en ocasiones. Laura no apartaba la vista de aquellas personas, y de
repente viró el volante y desvió el auto por esa calle, para luego estacionarlo
a unos cincuenta metros de las personas que habían atraído su atención—. ¿Qué
pasa?
—La mayoría son
reporteros, estoy segura —Laura señaló adelante. A un par de casas y el ancho
de una calle de distancia, aquellos hombres y mujeres miraban al edificio,
varios de ellos sosteniendo no sólo celulares, sino cámaras profesionales. Unos
cuantos llevaban consignas, pero eran una manifestación de protesta muy poco
concurrida.
—Un pollo reportero
—Jenny tomó un sorbo de su Dr. Pepper, aún sin interés. Entonces miró hacia
arriba. Había tres… no, cuatro personas en la azotea del edificio, mirando
abajo. En el centro, como si fuera la más importante, una mujer rubia con blusa
negra de manga corta y gafas de sol—. Ha de ser alguna artista —sugirió.
—¿Ya viste lo que es
ese edificio? El cuartel de ICE (2).
Esto al fin dio algo de
curiosidad a Jenny. Entrecerró los ojos, y optó por bajar las gafas de aviación
que siempre llevaba en la cabeza para aminorar la contra luz del sol y ver
mejor las figuras de la azotea. Dos de ellas llevaban uniforme militar; un
hombre tomaba fotografías de la gente en la calle. La mujer miraba hacia abajo
con actitud arrogante, era como si estuviera posando.
—Espera… creo que es Christen
Nome —dijo Laura.
La secretario de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos se encontraba en el techo del edificio
de ICE, contemplando de manera desafiante a los reporteros en la acera. Eso lo
explicaba; la mujer apodada en los medios “Cosplay Christen” por sus
comerciales recurrentes donde se vestía de obrera, policía, agente de ICE, y
otras cosas para dramatizar su propaganda gubernamental debía estar tratando de
verse bien para las fotografías que le tomaran los periodistas.
—La edecán que
convirtió a la seguridad nacional de EU en una banda de sacaborrachos —Jenny le
dio un codazo a Laura—. Vámonos, no quiero salir en las fotos.
—¿Y si te tomo una con
el pollo? —propuso Laura— Se está comiendo un hot dog; si te pones junto a él
con los nachos seguro se hacen virales.
Jenny dirigió una
mirada indirecta a Laura y se echó a la boca otro nacho para no sonreír con su
pésimo chiste. Laura dio una vuelta en U y para reintegrarse a la avenida.
***
Se reunieron con
Charlene Chan y Kim Garrett en un restaurante de terraza en el centro de
Portland. Se habían conocido días atrás, durante un concierto callejero, y Jenny
y Laura habían acordado continuar apoyando a sus nuevas amigas en sus planes de
apoyo a una amiga rusa a quien Charlie y Kim habían conocido en Washington (3). Jenny
había insistido en una tarde de convivencia sin tratar más asuntos complicados
y de riesgo, ni de las averiguaciones de Charlie como detective autodidacta ni
de la problemática política rusa en que se habían visto involucradas todas
ellas de repente. Además, había observado que Charlie miraba a Laura con
recelo, conforme iba notando sus ideas bastante drásticas y su pericia
tecnológica, en la que su habilidad le permitía incluso compensar la ausencia
de recursos y patrocinio. Cuando el hackeo era un mero asunto colateral para
ella, empezaba a hacerse evidente que quizá no hablaba por hablar al plantear
cosas que deberían hacerse para resolver la crisis circundante, y aunque Jenny
esperaba continuar moderando un poco los impulsos de Laura, no quería que sus
amigas de Honolulú creyeran que Laura era un peligro potencial. ¡Aunque quizá
lo fuera!
Jenny les contó lo que
habían visto por la mañana en las instalaciones de Ice; Kim y Charlie se rieron
con la descripción del pollo y los reporteros.
—Ya había visto la
noticia —dijo kim—, y creo que es lo que ustedes se imaginaban —buscó un
momento en su celular, y les mostró el video, un acercamiento en vista de
gusano a Christen Nome asomándose con dramatismo. Una leyenda superpuesta al
video decía: Christen Nome se expone a los manifestantes AntiFa en las calles
caóticas de Portland sin vestimenta de protección”. Jenny soltó una carcajada,
mientras Laura sacudía la cabeza con expresión de hartazgo.
—Alguien debería
sacarla de su miseria —dijo Laura. Jenny intentó no reaccionar; ese tipo de
comentarios eran justo los que podían arruinar su intención de eliminar las
barreras entre Laura y sus nuevas amigas. Por fortuna, había dado con un
sentimiento tan generalizado que no sorprendió a nadie.
—Es lo peor que podría
pasar justo ahora —dijo Charlie—. Basta con ver lo que han hecho a partir del
asesinato de Chuck Shatner; cualquier muerto es un mártir, y una justificación
para insistir en que tienen derecho a llegar a cualquier extremo para combatir
la amenaza imaginaria de los “terroristas AntiFa”. Sería una matanza.
—Lo peor es que podría suceder. Yo ya me estoy
convenciendo de que lo de Shatner fue un montaje, pero aunque no lo fuera, lo
han exprimido al máximo. Y aun cuando no existe ninguna organización AntiFa,
entre los antifascistas sí hay mucha gente violenta, no solo entre sus
opositores; cualquier día de estos, uno o dos pueden cometer alguna barbaridad
y darle al gobierno la excusa que busca.
—Está claro que Nome
vino a Portland para conseguir evidencia de la supuesta situación de desastre
que se vive aquí. Fox News sigue reportando que hay guerra diaria con los AntiFa,
que ya no hay negocios abiertos porque la gente corre demasiado peligro, que
hay bombas de humo y de gas arrojadas en las calles todo el tiempo… porque el
presidente lo dijo así.
Jenny miró alrededor:
una anciana paseaba su perrito pekinés, unos niños corrían rumbo al parque con
un balón, unos adolescentes reían y se apeaban de una camioneta familiar. Ni
una ventana rota, ni un acto violento.
—Si no me equivoco,
esta calle sí está llena de AntiFas —dijo, encogiéndose de hombros—. Eso es una
verdadera amenaza para Drumpf, necesita gente furiosa y con miedo para
prosperar.
—Mira —dijo Laura—,
allí está un par de soldados de la guardia nacional… se ven muertos de
aburrimiento.
—La ciudad está
mostrando resistencia pacífica con bastante éxito —dijo Kim—. Además, les
cierran la puerta a los militares y a los agentes de ICE en los restaurantes y
en los hoteles, les niegan los baños. Lo malo es que muchos de esos soldados ni
siquiera querrían estar aquí, fueron obligados a venir a enfrentar amenazas
imaginarias, no tienen la culpa de lo que sucede. Algunos sí se ensañan, claro,
pero son pocos.
—Los de ICE son otra
cosa —observó Charlie—. El señor Dixon, quien nos indicó venir a Portland a
buscar a su hijo, ya nos había advertido de ello: son gente violenta y racista,
muchos son miembros del KKK, de los Proud Boys, y cosas así. Se apuntaron para
ICE para tener una justificación legal de abusar y maltratar a las minorías.
—Ahí va un cocodrilo
con micrófono—señaló Jenny—. ¿Qué onda con las botargas?
—Como que es algo muy
de Portland. Botargas y personajes extravagantes. ¿No han visto en la plaza? El
gaitero con uniciclo es mi favorito.
—Las protestas se ponen
buenas, ayer andaban dos botargas en una de ellas —dijo Kim, y empezó a
buscarlas en Instagram—. ¡Ah caray! ¡Esto está mejor!
Les mostró un video que
se estaba transmitiendo en vivo. Varias botargas bailaban delante de los
agentes de ICE: un dinosaurio, un mapache, incluso un unicornio cuya enorme
cabeza colgaba hacia atrás. Más allá, dos mimos bailaban también. La música era
mexicana.
Se rieron de buena gana
al ver aquello; incluso Laura se relajó, y dijo al fin:
—Puede que al fin hayan
dado con la manera de hacer resistencia pacífica de verdad.
—Llevan nueve meses con
manifestaciones que pasaron de ser semanales a diarias en todo el país —dijo
Charlie—. ¿No es eso resistencia pacífica?
—El gobierno los ignora
y ya —repuso Laura—. Los dejan hacer porque lo ven como una manera en que
ventilen su inconformidad y no les estorben. Pero esto —señaló el video— no lo
van a soportar; ya hemos visto que los de MAGA, empezando por sus líderes, son
cerrados de cabeza a morir, ¡no tienen sentido del humor!
—Casi todos en la
ultraderecha siempre han sido así —dijo Charlie—. Eso hace mucho que lo había
notado. No entienden ni el simple sarcasmo; si algo no está entre comillas, se
lo toman literalmente.
—¿Vamos allá otra vez?
—propuso Jenny, sonriendo—. ¡Quiero ver esa manifestación de botargas!
—Los libros de historia
recordarán la insurrección de furros del 2025 —dijo Charlie, y las cuatro
chicas rieron.
***
La rana bailaba al
ritmo de “El muchacho chicho” de El Tri. Era una enorme botarga verde, con una
abertura circular en la mandíbula cubierto con una malla para que el rostro de
la persona que la usaba no fuera visible. En esta ocasión, la calle Bancroft,
una calle pequeña que remataba en esa esquina con la avenida Macadam, se
encontraba repleta de gente. Los agentes de ICE, con sus rostros ocultos tras
bandanas, pasamontañas y cubrebocas mantenían a la multitud a raya, o
pretendían hacerlo, ya que la gente no intentaba aproximarse, aunque tampoco
cedía terreno. Todos bailaban y de vez en cuando cantaban a coro alguna canción.
En algunos sitios el edificio de ICE se encontraba protegido por una barrera de
tablas de aglomerado.
Jenny se unió al baile
sin pensarlo dos veces. Charlie y Kim se miraron, sonrieron e hicieron lo
mismo. Laura suspiró con resignación exagerada y sacudió la cabeza, pero
sonreía. Jenny se aproximó a la rana y bailó dando una vuelta completa
alrededor de ella; la rana giró sobre sí misma igualándole el ritmo. Luego
Jenny miró a Laura y, sin dejar de mover las caderas, la invitó a unírsele con
un gesto coqueto de su dedo índice. Laura negó con la cabeza, pero Jenny
persistió en llamarla, y tendió ambas manos hacia ella. Cedió, y tomó sus
manos, mientras la canción concluía y era reemplazada por otra oldie: “Aserejé”, de las Ketchup. Jenny
pegó un grito, y junto con la rana, Laura y una treintena de personas,
empezaron a seguir la coreografía de la canción. Charlie se apartó del baile
para empezar a grabar un video. Una mano empujó su hombro, y volteó: era uno de
los agentes de ICE; había retrocedido demasiado y había invadido el límite del
perímetro del centro de detención. Cuando menos el sujeto no la había empujado
con violencia; formó con los labios las palabras “lo siento” y avanzó un par de
pasos.
—¡Esto sí es rebeldía
de la mía! —exclamó Jenny. Ya anochecía, pero la luz de la calle era
suficiente, y la fiesta no cesaría pronto. Laura le señaló algo con la mano,
repentinamente seria. Unos agentes venían desde la entrada de vehículos del
edificio con una manguera para incendios desde una puerta de vidrio abierta en
el edificio de la derecha, más allá de la reja. Eso no se veía nada bien. En
medio de su recelo, Laura se sorprendió de la ridícula longitud de aquella
manguera; tenían que haberla preparado para esa noche, decidió.
Más allá de la reja se
hallaba una figura inconfundible: Christen Nome.
Los agentes se
aproximaron al perímetro marcado por sus compañeros para limitar la proximidad
de los danzantes y otros dos hombres acudieron a ayudarles a sujetar la
manguera más atrás. La gente que bailaba más cerca, al verlos, empezó a
reclamarles en español y en inglés al ver lo que hacían. Allá en la reja, Nome
alzó el brazo, y lo dejó caer con finalidad, dando la señal para que alguien,
en el interior del edificio, abriese el flujo de agua.
Hubo un estallido de
agua; pero detrás de los agentes que sostenían la manguera. Los que estaban más
atrás gritaron: la manguera había sido cortada por completo, y el chorro de
alta intensidad había alcanzado a los agente por la espalda, y sólo unos
cuantos de los manifestantes fueron mojados, con agua muy dispersa y ya sin su
intensidad original, por lo que sólo se rieron de los agentes empapados y
siguieron celebrando, sin importarles el remojón. Los hombres de ICE más
próximos se alzaron de un charco; uno de ellos todavía sujetaba la punta de la
manguera. Mucha gente empezó a filmarlos mientras se reían de ellos. A lo largo
del muro, Jenny corría a toda velocidad hacia la esquina, pasando detrás de algunos
agentes, mientras otros ya la perseguían; Laura, Charlie y Kim corrieron entre
la muchedumbre de manera paralela para emparejarse con ella. Un par de agentes
lo notaron e intentaron interceptarlas, pero la gente les obstruyó el paso
deliberadamente con sus bailes. El pollo y un unicornio se tomaron de las manos
y les impidieron Pazar, mientras las cuatro chicas se alejaban sin mirar atrás,
y corrieron hasta asegurarse de que ya no las seguían. Se detuvieron, riéndose
sin aliento, y se quedaron allí hasta que recuperarse un poco de la carrera;
entonces reanudaron la marcha a paso normal.
—¿Cómo pasaste detrás
de ellos sin que te vieran? —preguntó Charlie— ¡Tampoco yo vi!
—Estaban ocupados con
la manguera, y shifteé… me metí detrás de las plantas.
Laura volteó los ojos hacia
arriba; Jenny nunca iba a aprender a ser discreta. Si iban a continuar en
compañía de estas chicas, quizá sería mejor que les dieran su confianza cuanto
antes. Era mejor que Jenny pudiera hablar, y actuar, sin trabas… y ella
también.
—¿Vieron a la Christen?
—dijo Charlie—. Seguro la manguera fue idea suya.
—Está ansiosa por
provocar a la gente, crear un disturbio —observó Kim—; crear evidencia del AntiFa.
—Pero nadie muerde el
anzuelo, por fortuna —Charlie se frotó el rostro con ambas manos para limpiarse
el sudor.
—Hasta ahora —repuso
Laura—. Si en alguno de sus intentos se topa con alguien de pocas pulgas, quién
sabe qué pase.
—Me parece más probable
que pongan agitadores disfrazados entre los manifestantes —observó Charlie.
—Es probable… —Jenny se
quedó pensativa—. Si alguien pudiera llegar a los cabecillas, sería mucho
mejor; al fin, lidiar con los matones de ICE no sirve de nada.
—Todo sirve —corrigió
Charlie—; sólo que nada resulta definitivo. Pero mientras más ocurran cosas
como lo de hoy, más evidente será para todo el pueblo que la resistencia, los AntiFa,
no son gente violenta.
—Pero están acelerando
las cosas —Laura externó su verdadera inquietud—. Están buscando consolidar su
base de poder antes de las elecciones de medio término, para no perder un
ápice; y seguramente, para asegurar que el siguiente presidente lo pondrán
ellos mismos sin que nadie pueda evitarlo. Esta forma de resistencia es buena…
pero hay muy poco tiempo. Hace falta hacer más.
—Por eso están
reforzando el ángulo religioso —dijo Charlie—. Su cristianismo corrompido,
apocalíptico. Ahora lo quieren imponer en las escuelas; a Shatner lo presentan
como un mártir religioso. Si fueran católicos, seguro lo querrían canonizar.
—¿Escucharon que
alguien publicó en broma que le habían hecho una maldición? No para matarlo;
era en plan humorístico, buscando que le salieran barros y se le descompusieran
los micrófonos… pero como coincidió con que su asesinato ocurrió dos días
después, muchos se lo tomaron en serio, incluso dicen que su esposa estaba muy
asustada por ello desde antes que le pasara nada. Nada para reforzar el
fanatismo como una cacería de brujas literal.
Las cuatro callaron un
momento.
—Oigan —dijo Laura de
repente—, se me acaba de ocurrir algo. Para empezar a atacar el problema de
raíz —miró a Jenny de manera significativa—. Pero primero, hace falta hablar de
algunas cosas.
Jenny la miró, y abrió
mucho los ojos.
—¿En serio? —Charlie y
Kim las miraban a ambas, intrigadas— Bueeeeno… mejor eso a que suceda a la mala.
Charlie las miró con
sospecha, y dejó de caminar.
—A ver. Aclaremos de
una vez. ¿Ustedes pertenecen a alguna red subversiva? ¿Son anarquistas, o
alguna cosa? Desde hace días que sus ambigüedades me recuerdan a las chicas de
Oktyabr Samizdat (4),
y ya sabemos lo que pasaba con ellas.
Jenny y Laura se
miraron perplejas y se soltaron a carcajadas, lo que sólo contribuyó a la
confusión de las otras chicas.
—Para nada —dijo
Jenny—. No, no… Es que, bueno… vamos mejor al hotel y allí hablamos.
Laura sospechaba que
esta noche no dormirían mucho.
***
La habitación estaba
oscura; los ojos de Christen Nome se abrieron e intentaron discernir las formas
de mobiliario que no le era familiar. Tardó unos momentos en recordar que
estaba en un dormitorio del cuarto piso del hotel River’s Rim, en la calle
Hamilton, a un par de cuadras del edificio de ICE. El comandante Fallon le
había ofrecido improvisar un dormitorio en las oficinas, quizá en un cuarto de
detención provisional, pero no iba a permitir que le dieran algo tan incómodo y
de mal gusto.
Al pensar en ello,
recordó aquel día frustrante, las calles tranquilas, la patética muchedumbre de
danzantes latinos, negros y con algunos americanos blancos entremezclados. El
fracaso de esos agentes incompetentes que permitieron que el único sabotaje de
los AntiFa, cortar la manguera, fuera exitoso; ¡y que encima habían dejado
escapar a la chica que lo hizo! La furia producida por estos recuerdos despejó
la mente de Christen.
¿Qué la había
despertado? Lo ignoraba, pero había sido repentino. Se incorporó: estaba
completamente destapada. La luz de un farol callejero que entraba por la
ventana le permitió discernir los cobertores apilados en el suelo. Extendió la
mano hacia la lámpara de la mesa de noche… y recordó que no había lámpara en la
mesa. Había un interruptor en algún sitio del muro, pero no recordaba donde. Soltó
una maldición, y deslizó las piernas fuera del borde de la cama. Miró la hora
en su celular, que había dejado en una esquina del colchón: 3:36. Notó que
tenía la batería baja.
Se puso de pie; tenía
puesta una camiseta de MAGA y sus pantaletas. Caminó descalza hasta la puerta
del baño; lo abrió, encontró el interruptor y lo accionó: nada. Intentó un par
de veces más, pero la luz no se encendió.
Lo que faltaba.
Oregon era un sitio
miserable; se aseguraría de hacerse escuchar en su cita con el alcalde al otro
día. Luego de orinar, salió y fue a buscar su celular para cargarlo; entonces
recapacitó. Probó la luz del dormitorio y, no, no había energía. ¡Esto era inadmisible!
Tomó la bocina del
teléfono interno del hotel: no había señal. Por supuesto. Mandaría a alguien
ahora mismo para exigir que la administración resolviera esto cuanto antes. En
la calle sí había luz, por lo que debía ser un problema del edificio.
Abrió la puerta; en
ella remataba un extremo del pasillo, y cuatro puertas más adelante, el pasillo
topaba a la mitad de otro; la puerta de otra habitación, indiscernible en lo
oscuro, se hallaba allí. Empezó a sospechar que el gobierno de Portland les
había cedido un edificio en mal estado como una forma de hostigar a ICE.
Según recordaba, en
este piso sólo habían estado dos huéspedes a los cuales reubicaron por
seguridad. En uno de los cuartos adyacentes, se encontraban dos agentes de ICE,
a cargo de su seguridad, pero ella había insistido en que no estuvieran en una
habitación adyacente; en ocasiones gritaba al hablar por teléfono, y no quería
ser escuchada. Enviaría a uno de ellos con el encargo. ¿Pero en qué habitación
estaban los agentes? Pensó en llamar en voz alta; pero era ridículo hacer eso,
como un ama de casa mexicana. Iría hasta el cuarto correspondiente. Consideró y
descartó ponerse pantalones; no tenía paciencia para más, ni se iba a vestir
por beneficio de ellos. ¡Más les valía a los agentes cuidar a dónde miraban!
Suspiró, y empezó a
caminar. En el pasillo, fuera del alcance de las ventanas, la tiniebla era
total, por lo que fue deslizando las puntas de sus dedos por el muro. Contó
cada una de las puertas cuya madera fría sintió: cinco. Estarían en una de las
más alejadas, si no recordaba mal. Golpeó la puerta, que apenas percibía como
un borrón negro, y no hubo respuesta; golpeó de nuevo, más fuerte.
A su lado, la puerta
que remataba el pasillo, opuesta a la suya en el extremo, hizo clic. Así que
allí estaban. La cerradura se había abierto, pero la puerta permaneció cerrada.
—Soy yo —dijo—. Abran.
No hubo respuesta. ¿Qué
esperaban? Dio un par de pasos hasta esa puerta, y la empujó de un manotazo.
Dentro, había un poco de luz, gracias a la ventana, pero no tanta como en su
cuarto ya que ésta no daba a la calle.
¿Y los agentes? En la
escasa luz no veía a nadie allí de pie. Parpadeó repetidamente para discernir
algo más: a un lado, empezaba una cama doble. Había dos formas tendidas en
ella.
Se aproximó a la cama:
eran los dos agentes, completamente vestidos con sus uniformes por lo que
distinguía bajo el resplandor de la ventana al otro lado de la cama; pero
inmóviles, ni siquiera se notaba su respiración. Parecían sin vida; Christen
sacudió la cabeza para quitarse fantasías morbosas. ¡Estos incompetentes
estaban dormidos ambos cuando tendrían que estar a cargo de su seguridad
personal!
—¡Arriba! —espetó.
Y algo se alzó del otro
lado de la cama.
Parpadeó, segura de que
la sombra voluminosa era una ilusión óptica; pero la forma abultada no
desapareció: se irguió hasta ocupar el espacio central de la cortina alumbrada
desde el exterior. Una sombra de formas redondeadas, de dos metros, o más. Christen
soltó un gemido agudo y retrocedió; pisó la alfombrilla junto a la cama,
trastabilló, y cayó de espaldas. Su hombro dio de manera dolorosa con la silla
que había en cada cuarto, la cual se volteó con un estrépito, y quedó sentada
en el suelo. No se detuvo a mirar lo que ocurría; sintió pánico. Se volteó y
manoteó para incorporarse, su mano dio con la silla caída y se apoyó. Corrió
hasta la puerta, y allí miró atrás: algo masivo que se agazapaba contra la luz
de la ventana, una forma encorvada que le hizo pensar en un oso. No tenía una
cabeza humana; era algo demasiado ancho, de forma extraña. ¿Qué era lo que
veía? Empezó a caminar a lo largo del pasillo para poner distancia; no podía
ver nada y no quería caer de nuevo, por lo que iba demasiado lenta. Abrió la
boca para gritar y convocar ayuda, pero enmudeció a tiempo, al sumar los varios
elementos en su mente aterrada: nada de electricidad, un intruso, silencio
total. Tal vez el edificio fue tomado y
ese es un asesino que eliminó a los agentes, pensó; de ser así, si pido ayuda vendrán por mí.
Empezó a correr, y como
lo había temido, resbaló y cayó de bruces; su rodilla izquierda se golpeó en el
suelo alfombrado, y el dorso de su mano derecha dio dolorosamente contra el
muro. Se levantó de nuevo: allí adelante, la puerta abierta del dormitorio parecía
brillantemente iluminada por contraste. Corrió de nuevo; las duelas crujían
bajo la alfombra a cada paso de sus pies descalzos. Consideró cerrar la puerta
al llegar, pero si en efecto algún grupo terrorista hubiera ocupado el
edificio, lo mismo podría el intruso dispararle a través de la puerta mientras
lo hacía. Hasta ahora no recibía una bala; tal vez la oscuridad trabajaba a su
favor, y el intruso no conseguía apuntarle bien. Pero ahora estaba contra el
marco iluminado de la puerta. Optó por ir directamente a la cama para tomar su
celular, y saltar a un lado, a la parte del dormitorio que no era visible desde
el pasillo. Pegó la espalda contra el muro, a un par de metros de la puerta
abierta, y desbloqueó el celular. Ya estaba preguntándose a quién llamar: al
comandante Fallon, a cargo de las instalaciones de ICE. Él enviaría ayuda, y
estaban muy cerca.
Una leyenda apareció en
la pantalla, en letras blancas pequeñas; no se molestó en leerla. El celular no
tenía señal.
—Dios mío —siseó.
Debían tener un bloqueador de señal. Definitivamente eran terroristas. Sus ojos
se sentían húmedos; los frotó mientras volteaba de nuevo hacia la puerta del
dormitorio. Después de todo, no cerrarla había sido un error. El intruso no se
asomaba todavía; ¿y si entraba disparando? No había disparos en el edificio; se
trataba de una incursión tranquila. Tal vez eran sólo hippies AntiFa, como eran
la mayoría a pesar de la campaña que estaban armando para hacerlos ver ante los
medios como una organización terrorista, y no algún grupo peligroso; de ser
así, no correría ningún peligro. ¿Pero entonces cómo habrían entrado, cortado
la energía, bloqueado las comunicaciones? En el vestíbulo del hotel debían
estar otros guardias. Tal vez, se le ocurrió, no le habían disparado porque
sabían lo valiosa que sería como rehén; tenía que contar con eso. Si lograba
cerrar la puerta, bloquearla con la cama, atrincherarse en el cuarto y pedir
ayuda por la ventana… ¡Sí!
Pero necesitaba ver
quién estaba allí afuera. Buscó frenética la función de linterna del celular;
nunca la había usado. Sintió que tardaba minutos enteros en buscarla… ¡Al fin!
Un haz de luz intenso apareció, iluminando el piso, y dejó impresiones
retinales en sus ojos que parpadeó varias veces para tratar de aclarar. Apretó
la linterna contra su muslo, y avanzó hacia la puerta, manteniéndose cerca del
muro.
Su mano tocó el marco
de la puerta. Contuvo el aliento, y apuntó la linterna hacia el pasillo,
asomándose apenas. El haz de luz mostró el muro, las puertas, el suelo…
recorrió el pasillo hasta el fondo… y vio una especie de bota verde, voluminosa.
Centró la luz en la figura que se hallaba justo frente a la puerta del dormitorio
del extremo opuesto, una figura verde y amarilla, con colores brillantes y
formas redondeadas. Christen tuvo un instante de confusión total, intentando
asimilar lo que veía. Una rana. Era esa estúpida botarga de rana que había visto
bailando afuera de las instalaciones de ICE hasta la madrugada, con una inmensa
cabeza inflada, una boca de media luna invertida, ojos amarillos grandes y
redondos. Simplemente estaba allí, de pie, inmóvil, dejándose alumbrar.
En medio del miedo,
experimento algo de alivio; entonces sí se trataba de los hippies. Había
sobrevalorado a los AntiFa, la oposición civil no era más que un montón de
latinos inmaduros que no se tomaban en serio ni siquiera la política, y que no
podrían armar una resistencia eficaz ni en sueños; después de todo, ella misma
había ayudado a fabricar su imagen como organización terrorista armada para
justificar el despliegue de tropas en las ciudades demócratas. Se sintió
furiosa consigo misma por haberse creído, aunque fuera por un momento, sus
propias invenciones. Repetía tanto las mismas cosas a los medios, y al
presidente, que ya casi se convencía a sí misma. Un tipo en botarga no la iba a
intimidar. Salió a situarse en el centro de la puerta, sin dejar de alumbrar a
la rana.
—Bueno, basta —dijo—.
Ya hiciste tu broma. Quítate eso ahora mismo.
La rana permaneció en
silencio, sin moverse. Bien podría haber sido un maniquí dentro; pero había
salido del baño, esa era una persona allí adentro.
—Quítate el disfraz y
dime tu nombre, y las cosas irán mejor para ti —insistió. No hubo respuesta. De
sentirse envalentonada pasó a experimentar nuevas dudas y temores. La rana no
tenía ningún arma visible, pero podría tener una pistola oculta dentro del
brazo de la botarga. Y quienquiera que fuera, no venía solo; ¿cómo habían
desactivado la energía? Y el celular; eso no lo hacía un hippie. Tal vez esto
no era tan simple.
—¿No quieres hablar? Es
lo mejor para ti —fanfarroneó. Tuvo una idea: ocultó su mano libre en su
espalda, esperando que el intruso no la hubiera visto bien, para fingir que
había tomado un arma—. Soy buena tiradora. ¿O crees que no te dispararé? Un
perro, un caballo; una rana. Un latino. Me da igual poner a dormir a cualquier
bestia que lo amerite. ¿Qué tanto te interesa seguir vivo?
La rana no dio
respuesta, ni señal de reconocimiento a las palabras de Christen. Ella pasó el
haz de luz de abajo arriba por la rana, atenta a cualquier movimiento. De
repente sintió que su actitud amenazante era demasiado endeble para intimidar
al intruso: allí, de pie, expuesta, sólo en pantaletas y una camiseta. Como la
víctima en una película de slashers. Fingiendo tener un arma oculta; la rana
había tenido oportunidad de sobra para ver que no había nada en su mano. ¿Pero
qué más podía hacer?
—Voy a contar hasta
cinco —dijo; pretendía que eso fuera una amenaza, pero su voz tembló un poco.
Sus ojos se sentían húmedos de nuevo, y se odió a sí misma. Miró a los ojos de
la rana; entonces recordó que el círculo opaco en la mandíbula de la redonda
cabeza alzada era donde se encontraría el verdadero rostro de la persona
dentro. Pero no podía ver nada a través de la malla que lo cubría—. Uno —¿por
qué no se había puesto pantalones? Decidió que eso era lo que la hacía sentirse
tan mal, tan asustada. ¿Cómo podía imponerse, en estas condiciones?
¿Y por qué no había
señal de vida en alguna parte del edificio luego del ruido que había hecho?
—¡Dos! —la escalera
estaba a la mitad del pasillo, en el lado opuesto a las puertas de las otras
habitaciones. Si pudiera llegar… La rana no reaccionaba; tal vez podría
avanzar, hacer como que acercarse era parte de su amenaza con el conteo, y al
llegar a la escalera, bajar, o subir… ¿Pero qué estaría pasando en los otros
pisos? No tenía idea. Repasó los contenidos del dormitorio; no había nada que
pudiera usar para defenderse. Decidió correr el riesgo. Dio un paso adelante, y
dijo—: ¡Tres!
¿A dónde iría? Abajo,
en el siguiente nivel, un guardia debería estar al pie de la escalera para
impedir que nadie subiese; un guardia que tendría que haber sido superado para
que la rana llegase aquí, y en todo caso, ya habría escuchado su voz y acudido.
Arriba, habría otros dormitorios… si sabían que se encontraba aquí, era poco
probable que los hubiesen ocupado todos. Arriba, sería.
—Tres —avanzó unos
cuantos pasos, despacio; ansiaba verse como si se preparase para atacar, pero
sentía que hasta sus piernas le temblaban. La rana continuaba sin moverse;
observándola. Tres pasos más y llegaría a la escalera, pero la más próxima
descendía; era un par de metros más hasta la que pretendía alcanzar, que la
llevaría arriba. ¿Y si golpeaba una de las puertas y hacía ruido? Podría atraer
ayuda.
¿Y si todos los agentes
habían sido sometidos?
Tal vez sí habían
tomado el edificio y estaban haciendo esto para filmarla con cámara de visión
nocturna y ridiculizarla. De nuevo sintió enojo, pero con él vino una necesidad
casi abrumadora de retroceder, huir, encerrarse en el cuarto y sentarse en el
suelo a llorar. Sintió una lágrima que corría por su mejilla; no quiso
limpiarla, hacerla evidente con sus acciones. En lugar de ello, dijo:
—Cinco.
Los ojos de la rana,
redondos y amarillos, se encendieron con luz opaca. Christen soltó un grito
breve y retrocedió; de nuevo perdió el equilibrio y cayó sentada. Se arrastró
hacia atrás en pánico, se volteó y no consiguió ponerse en pie, de manera que
se impulsó sobre pies, manos y rodillas hasta llegar al dormitorio. Continuó
hasta alcanzar la cama, y allí se apoyó para incorporarse. Volteó para cerrar
la puerta y permanecer allí hasta que llegase ayuda, pero quedó paralizada.
La rana llenaba el
marco de la puerta; sus ojos amarillos refulgentes rebasaban el dintel, ya en
el interior. Al fin venía a por ella. No tenía a dónde ir. Miró a la rana,
rezando por que no se aproximara más.
La rana extendió el
brazo derecho hacia ella; señalándola con su rudimentaria pata verde, y de
nuevo ella soltó un grito breve. ¿Acusándola, amenazándola? ¿Tenía un arma como
había sospechado y ahora iba a dispararle?
Extendió el otro brazo,
ambos apuntando hacia ella. Miró a la rana, temiendo… no sabía qué, pero algo
terrible. Entonces la rana flexionó el brazo derecho, y se tocó el izquierdo.
Luego dobló el otro, cruzándolos. Christen lo miraba todo, desconcertada.
Entonces la rana alzó
el brazo derecho, se llevó la mano… la pata… a su enorme nuca. Alzó el otro
brazo e hizo lo mismo. Luego bajó el otro y lo cruzó sobre su abdomen hinchado.
Estaba… Christen
parpadeó, perpleja. ¿Estaba bailando la Macarena?
Entonces la rana dio un
paso adelante, hacia ella… y se desplomó sobre Christen. Soltó un alarido, y
manoteó contra la tela fría que la cubrió y envolvió. Escuchó voces, y pasos; ella
sentía que la rana la devoraba entera con los pliegues de la botarga, y gritaba
sin parar.
La tela pesada que la
cubría fue retirada, y los ojos llenos de lágrimas de Christen fueron
deslumbrados por varias linternas de mano. Continuaba gritando; estaba segura
de que la iban a acribillar, o peor.
—Miss Nome… ¡Miss Nome!
Era un hombre
uniformado de ICE. Detrás de él, dos más miraban alrededor con rifles
alistados. Dejó de chillar, y permitió que le ayudaran a levantarse del suelo,
intentando comprender lo que ocurría. Varias linternas alumbraban la botarga
vacía, arrugada en el suelo, mientras algunos hombres revisaban el dormitorio.
—¿Dónde está? —consiguió
articular, señalando la botarga, sin escuchar ni entender las preguntas que el
agente le formulaba—. ¿Dónde está?
Eventualmente revisaron
el edificio sin encontrar al intruso. Más tarde, Christen aseguró que en ese
caso uno de los propios hombres de ICE tenía que haberlo hecho todo. Pero no
había evidencia de ello. Los cables del suministro eléctrico habían sido
cortados en el sótano; los guardias de noche en la habitación opuesta habían
sido drogados para dejarlos inconscientes con una bebida de cortesía que el
gerente aseguró que no había sido presentada por su personal; ahora los
celulares tenían perfecta recepción. Al llegar, el comandante Fallon le aseguró
que habían desalojado también el piso superior para darle privacidad. Algunos
agentes empezaron a murmurar que ella tal vez había intentado fingir un ataque
para hacerlos ver mal…
Nadie supo quién tomó
unas fotos de Christen en paños menores y llorando que empezaron a circular
entre el personal de ICE, pero cuando un par de días después, varias otras
ranas se unieran a las manifestaciones festivas en las calles con la bandera de
RanatiFa, se decía que esta iniciativa había sido inspirada por rumores de
aquella noche. Por la razón que fuera, la rana se convirtió de inmediato en
símbolo de la resistencia pacífica en Portland. Mientras tanto, Christen
consultó de manera discreta a algunos miembros fundamentalistas de MAGA que
sostenían que AntiFa estaba utilizando también magia negra para agredir al
gobierno; luego de varias noches sin poder conciliar el sueño, estaba dispuesta
a creer cualquier cosa.
***
Esa noche, como lo
había anticipado Laura Drake, tampoco las chicas durmieron. Para no moderarse
en un hotel, fueron a Biketown, un bar de motociclistas, donde se les unieron
las chicas de Oktyabr Samizdat, y pasaron la noche celebrando, bebiendo cerveza
y poniendo una y otra vez “Macarena” en la consola de música. Ya como a las
cuatro de la mañana, todas ellas bailaron la canción casi completa de pie
encima de la barra, mientras la gente del bar les aplaudía y chiflaba.
Laura se había
encargado de hacer llegar las fotos de Christen a los agentes de ICE; fotos que
Jenny había tomado, cuando todavía se encontraba dentro de la botarga. Para
ello, creó una cuenta de OnlyFans a nombre de “Cosplay Christen” que ya iba por
los 65 mil seguidores, y aún no la tumbaban.
Jenny había tenido que
explicar y demostrar sus habilidades de “entrada” y “salida” para que Charlie y
Kim pudieran creerlo, y además asimilarlo, ya que habría sido imposible
implementar la idea de Laura con ellas presentes sin hacerlo primero. Era
difícil la primera vez, eso Laura lo sabía bien.
—La Nome va a tener
fobia a las ranas toda su vida —decía Jenny—, ¡y por lo menos aquí en Portland
van a seguir usándolas todos los días!
—Si nos hubieran dicho
sus planes —dijo Briana, con fuerte acento ruso subrayado por la embriaguez—,
les hubiéramos presentado a la gente que nosotras conocimos en estos días. ¡Si
la rana tuvo efecto con Nome, para la próxima vez podrían presentarle al
Sleestak!
—Siempre hay otro día —repuso
Jenny.
Créditos
“La noche de la rana” constituye un
homenaje realizado para los aficionados y coleccionistas de los personajes
clásicos del cómic.
“La noche de la rana” Copyright © 2025 Luis G. Abbadie. Debe ser reproducida siempre acreditando al autor.
Los Héroes Convocables es una serie de relatos que retoman a personajes clásicos de dominio público, huérfanos o con derechos liberados, para traerlos a enfrentar los desafíos del mundo actual.
Con agradecimiento a Scott S. por su valiosa información acerca de Portland (omito su apellido solo para estar seguro de no causarle inconveniencias con, digamos, “los malos del cuento”).
El personaje Jenny Everywhere está disponible para su uso por cualquier persona, con una sola condición: este párrafo debe incluirse en cualquier publicación que involucre a Jenny Everywhere, para que otros puedan utilizar esta propiedad como deseen. Todos los derechos revertidos.
El personaje Laura Drake fue creada por Jeanne Morningstar y puede ser utilizada por cualquier persona sin atribución alguna. Todos los derechos revertidos.
Esta es una obra de ficción, en ella cualquier semejanza con personajes y situaciones reales se sujeta a las normas de la parodia, y no pretende en ningún momento constituir una representación fidedigna de la realidad.
1) Esto ocurrió en La Semana de los Cuchillos Largos (actualmente en imprenta).
2) Immigration and Customs Enforcement (Inmigración y Control de Aduanas).
3) Esto ocurrió en Las muchas vidas de Octobriana (actualmente en imprenta).
4) Grupo musical subversivo prohibido por la autoridad rusa, a quienes las cuatro chicas conocieron en Las muchas vidas de Octobriana y en La Semana de los Cuchillos Largos (actualmente en imprenta); sus integrantes pertenecen al PPP, un grupo comunista-anarquista de expresión artística contestataria.
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