lunes, 13 de octubre de 2025

La noche de la Rana



Episodio Anexo de Los Héroes Convocables

Autor y artista: Luis G. Abbadie

(También puedes leer la versión en inglés aquí)

 

A la Rana de Portland,

Keep Portland Weird

 

El primer deber de un revolucionario es hacer la revolución.

—Ernesto “Che” Guevara

Todas esas personas tenían algo en común, amigos. No esperaron a saber adónde iban antes de emprender su viaje. Cada una poseía lo que Jim Henson llamaba “optimismo ridículo”. Sin eso, no tendríamos este mundo maravilloso en que vivimos.

—Kermit




 

Jenny Everywhere y Laura Drake habían llegado a Portland esa mañana. Lo primero que hicieron fue dar un paseo y desayunar. A mediodía verían a sus nuevas amigas Charlene y Kim, a quienes habían conocido en Washington (1); decidieron irse con algo de tiempo para continuar explorando, familiarizarse con la ciudad. Rentaron un auto para facilitar las cosas; iban con rumbo al lugar de encuentro a lo largo de una avenida y, mientras aguardaban en un semáforo, notaron, a media cuadra por una calle lateral, a un puñado de personas acumuladas junto al muro exterior de un edificio. Entre ellos, destacaba una persona con un disfraz amarillo de pollo.

—Mira, un pollo —dijo Laura.

—Un pollo y una docena de gente —replicó Jenny sin mucho interés, ocupada con una bolsa de nachos. Prefería dejar a Laura conducir siempre que podía, aunque claro, tenía que ser solidaria; en ocasiones. Laura no apartaba la vista de aquellas personas, y de repente viró el volante y desvió el auto por esa calle, para luego estacionarlo a unos cincuenta metros de las personas que habían atraído su atención—. ¿Qué pasa?

—La mayoría son reporteros, estoy segura —Laura señaló adelante. A un par de casas y el ancho de una calle de distancia, aquellos hombres y mujeres miraban al edificio, varios de ellos sosteniendo no sólo celulares, sino cámaras profesionales. Unos cuantos llevaban consignas, pero eran una manifestación de protesta muy poco concurrida.

—Un pollo reportero —Jenny tomó un sorbo de su Dr. Pepper, aún sin interés. Entonces miró hacia arriba. Había tres… no, cuatro personas en la azotea del edificio, mirando abajo. En el centro, como si fuera la más importante, una mujer rubia con blusa negra de manga corta y gafas de sol—. Ha de ser alguna artista —sugirió.

—¿Ya viste lo que es ese edificio? El cuartel de ICE (2).

Esto al fin dio algo de curiosidad a Jenny. Entrecerró los ojos, y optó por bajar las gafas de aviación que siempre llevaba en la cabeza para aminorar la contra luz del sol y ver mejor las figuras de la azotea. Dos de ellas llevaban uniforme militar; un hombre tomaba fotografías de la gente en la calle. La mujer miraba hacia abajo con actitud arrogante, era como si estuviera posando.

—Espera… creo que es Christen Nome —dijo Laura.

La secretario de Seguridad Nacional de los Estados Unidos se encontraba en el techo del edificio de ICE, contemplando de manera desafiante a los reporteros en la acera. Eso lo explicaba; la mujer apodada en los medios “Cosplay Christen” por sus comerciales recurrentes donde se vestía de obrera, policía, agente de ICE, y otras cosas para dramatizar su propaganda gubernamental debía estar tratando de verse bien para las fotografías que le tomaran los periodistas.

—La edecán que convirtió a la seguridad nacional de EU en una banda de sacaborrachos —Jenny le dio un codazo a Laura—. Vámonos, no quiero salir en las fotos.

—¿Y si te tomo una con el pollo? —propuso Laura— Se está comiendo un hot dog; si te pones junto a él con los nachos seguro se hacen virales.

Jenny dirigió una mirada indirecta a Laura y se echó a la boca otro nacho para no sonreír con su pésimo chiste. Laura dio una vuelta en U y para reintegrarse a la avenida.

***

Se reunieron con Charlene Chan y Kim Garrett en un restaurante de terraza en el centro de Portland. Se habían conocido días atrás, durante un concierto callejero, y Jenny y Laura habían acordado continuar apoyando a sus nuevas amigas en sus planes de apoyo a una amiga rusa a quien Charlie y Kim habían conocido en Washington (3). Jenny había insistido en una tarde de convivencia sin tratar más asuntos complicados y de riesgo, ni de las averiguaciones de Charlie como detective autodidacta ni de la problemática política rusa en que se habían visto involucradas todas ellas de repente. Además, había observado que Charlie miraba a Laura con recelo, conforme iba notando sus ideas bastante drásticas y su pericia tecnológica, en la que su habilidad le permitía incluso compensar la ausencia de recursos y patrocinio. Cuando el hackeo era un mero asunto colateral para ella, empezaba a hacerse evidente que quizá no hablaba por hablar al plantear cosas que deberían hacerse para resolver la crisis circundante, y aunque Jenny esperaba continuar moderando un poco los impulsos de Laura, no quería que sus amigas de Honolulú creyeran que Laura era un peligro potencial. ¡Aunque quizá lo fuera!

Jenny les contó lo que habían visto por la mañana en las instalaciones de Ice; Kim y Charlie se rieron con la descripción del pollo y los reporteros.

—Ya había visto la noticia —dijo kim—, y creo que es lo que ustedes se imaginaban —buscó un momento en su celular, y les mostró el video, un acercamiento en vista de gusano a Christen Nome asomándose con dramatismo. Una leyenda superpuesta al video decía: Christen Nome se expone a los manifestantes AntiFa en las calles caóticas de Portland sin vestimenta de protección”. Jenny soltó una carcajada, mientras Laura sacudía la cabeza con expresión de hartazgo.

—Alguien debería sacarla de su miseria —dijo Laura. Jenny intentó no reaccionar; ese tipo de comentarios eran justo los que podían arruinar su intención de eliminar las barreras entre Laura y sus nuevas amigas. Por fortuna, había dado con un sentimiento tan generalizado que no sorprendió a nadie.

—Es lo peor que podría pasar justo ahora —dijo Charlie—. Basta con ver lo que han hecho a partir del asesinato de Chuck Shatner; cualquier muerto es un mártir, y una justificación para insistir en que tienen derecho a llegar a cualquier extremo para combatir la amenaza imaginaria de los “terroristas AntiFa”. Sería una matanza.

—Lo peor es que podría suceder. Yo ya me estoy convenciendo de que lo de Shatner fue un montaje, pero aunque no lo fuera, lo han exprimido al máximo. Y aun cuando no existe ninguna organización AntiFa, entre los antifascistas sí hay mucha gente violenta, no solo entre sus opositores; cualquier día de estos, uno o dos pueden cometer alguna barbaridad y darle al gobierno la excusa que busca.

—Está claro que Nome vino a Portland para conseguir evidencia de la supuesta situación de desastre que se vive aquí. Fox News sigue reportando que hay guerra diaria con los AntiFa, que ya no hay negocios abiertos porque la gente corre demasiado peligro, que hay bombas de humo y de gas arrojadas en las calles todo el tiempo… porque el presidente lo dijo así.

Jenny miró alrededor: una anciana paseaba su perrito pekinés, unos niños corrían rumbo al parque con un balón, unos adolescentes reían y se apeaban de una camioneta familiar. Ni una ventana rota, ni un acto violento.

—Si no me equivoco, esta calle sí está llena de AntiFas —dijo, encogiéndose de hombros—. Eso es una verdadera amenaza para Drumpf, necesita gente furiosa y con miedo para prosperar.

—Mira —dijo Laura—, allí está un par de soldados de la guardia nacional… se ven muertos de aburrimiento.

—La ciudad está mostrando resistencia pacífica con bastante éxito —dijo Kim—. Además, les cierran la puerta a los militares y a los agentes de ICE en los restaurantes y en los hoteles, les niegan los baños. Lo malo es que muchos de esos soldados ni siquiera querrían estar aquí, fueron obligados a venir a enfrentar amenazas imaginarias, no tienen la culpa de lo que sucede. Algunos sí se ensañan, claro, pero son pocos.

—Los de ICE son otra cosa —observó Charlie—. El señor Dixon, quien nos indicó venir a Portland a buscar a su hijo, ya nos había advertido de ello: son gente violenta y racista, muchos son miembros del KKK, de los Proud Boys, y cosas así. Se apuntaron para ICE para tener una justificación legal de abusar y maltratar a las minorías.

—Ahí va un cocodrilo con micrófono—señaló Jenny—. ¿Qué onda con las botargas?

—Como que es algo muy de Portland. Botargas y personajes extravagantes. ¿No han visto en la plaza? El gaitero con uniciclo es mi favorito.

—Las protestas se ponen buenas, ayer andaban dos botargas en una de ellas —dijo Kim, y empezó a buscarlas en Instagram—. ¡Ah caray! ¡Esto está mejor!

Les mostró un video que se estaba transmitiendo en vivo. Varias botargas bailaban delante de los agentes de ICE: un dinosaurio, un mapache, incluso un unicornio cuya enorme cabeza colgaba hacia atrás. Más allá, dos mimos bailaban también. La música era mexicana.

Se rieron de buena gana al ver aquello; incluso Laura se relajó, y dijo al fin:

—Puede que al fin hayan dado con la manera de hacer resistencia pacífica de verdad.

—Llevan nueve meses con manifestaciones que pasaron de ser semanales a diarias en todo el país —dijo Charlie—. ¿No es eso resistencia pacífica?

—El gobierno los ignora y ya —repuso Laura—. Los dejan hacer porque lo ven como una manera en que ventilen su inconformidad y no les estorben. Pero esto —señaló el video— no lo van a soportar; ya hemos visto que los de MAGA, empezando por sus líderes, son cerrados de cabeza a morir, ¡no tienen sentido del humor!

—Casi todos en la ultraderecha siempre han sido así —dijo Charlie—. Eso hace mucho que lo había notado. No entienden ni el simple sarcasmo; si algo no está entre comillas, se lo toman literalmente.

—¿Vamos allá otra vez? —propuso Jenny, sonriendo—. ¡Quiero ver esa manifestación de botargas!

—Los libros de historia recordarán la insurrección de furros del 2025 —dijo Charlie, y las cuatro chicas rieron.

***

La rana bailaba al ritmo de “El muchacho chicho” de El Tri. Era una enorme botarga verde, con una abertura circular en la mandíbula cubierto con una malla para que el rostro de la persona que la usaba no fuera visible. En esta ocasión, la calle Bancroft, una calle pequeña que remataba en esa esquina con la avenida Macadam, se encontraba repleta de gente. Los agentes de ICE, con sus rostros ocultos tras bandanas, pasamontañas y cubrebocas mantenían a la multitud a raya, o pretendían hacerlo, ya que la gente no intentaba aproximarse, aunque tampoco cedía terreno. Todos bailaban y de vez en cuando cantaban a coro alguna canción. En algunos sitios el edificio de ICE se encontraba protegido por una barrera de tablas de aglomerado.

Jenny se unió al baile sin pensarlo dos veces. Charlie y Kim se miraron, sonrieron e hicieron lo mismo. Laura suspiró con resignación exagerada y sacudió la cabeza, pero sonreía. Jenny se aproximó a la rana y bailó dando una vuelta completa alrededor de ella; la rana giró sobre sí misma igualándole el ritmo. Luego Jenny miró a Laura y, sin dejar de mover las caderas, la invitó a unírsele con un gesto coqueto de su dedo índice. Laura negó con la cabeza, pero Jenny persistió en llamarla, y tendió ambas manos hacia ella. Cedió, y tomó sus manos, mientras la canción concluía y era reemplazada por otra oldie: “Aserejé”, de las Ketchup. Jenny pegó un grito, y junto con la rana, Laura y una treintena de personas, empezaron a seguir la coreografía de la canción. Charlie se apartó del baile para empezar a grabar un video. Una mano empujó su hombro, y volteó: era uno de los agentes de ICE; había retrocedido demasiado y había invadido el límite del perímetro del centro de detención. Cuando menos el sujeto no la había empujado con violencia; formó con los labios las palabras “lo siento” y avanzó un par de pasos.

—¡Esto sí es rebeldía de la mía! —exclamó Jenny. Ya anochecía, pero la luz de la calle era suficiente, y la fiesta no cesaría pronto. Laura le señaló algo con la mano, repentinamente seria. Unos agentes venían desde la entrada de vehículos del edificio con una manguera para incendios desde una puerta de vidrio abierta en el edificio de la derecha, más allá de la reja. Eso no se veía nada bien. En medio de su recelo, Laura se sorprendió de la ridícula longitud de aquella manguera; tenían que haberla preparado para esa noche, decidió.

Más allá de la reja se hallaba una figura inconfundible: Christen Nome.

Los agentes se aproximaron al perímetro marcado por sus compañeros para limitar la proximidad de los danzantes y otros dos hombres acudieron a ayudarles a sujetar la manguera más atrás. La gente que bailaba más cerca, al verlos, empezó a reclamarles en español y en inglés al ver lo que hacían. Allá en la reja, Nome alzó el brazo, y lo dejó caer con finalidad, dando la señal para que alguien, en el interior del edificio, abriese el flujo de agua.

Hubo un estallido de agua; pero detrás de los agentes que sostenían la manguera. Los que estaban más atrás gritaron: la manguera había sido cortada por completo, y el chorro de alta intensidad había alcanzado a los agente por la espalda, y sólo unos cuantos de los manifestantes fueron mojados, con agua muy dispersa y ya sin su intensidad original, por lo que sólo se rieron de los agentes empapados y siguieron celebrando, sin importarles el remojón. Los hombres de ICE más próximos se alzaron de un charco; uno de ellos todavía sujetaba la punta de la manguera. Mucha gente empezó a filmarlos mientras se reían de ellos. A lo largo del muro, Jenny corría a toda velocidad hacia la esquina, pasando detrás de algunos agentes, mientras otros ya la perseguían; Laura, Charlie y Kim corrieron entre la muchedumbre de manera paralela para emparejarse con ella. Un par de agentes lo notaron e intentaron interceptarlas, pero la gente les obstruyó el paso deliberadamente con sus bailes. El pollo y un unicornio se tomaron de las manos y les impidieron Pazar, mientras las cuatro chicas se alejaban sin mirar atrás, y corrieron hasta asegurarse de que ya no las seguían. Se detuvieron, riéndose sin aliento, y se quedaron allí hasta que recuperarse un poco de la carrera; entonces reanudaron la marcha a paso normal.

—¿Cómo pasaste detrás de ellos sin que te vieran? —preguntó Charlie— ¡Tampoco yo vi!

—Estaban ocupados con la manguera, y shifteé… me metí detrás de las plantas.

Laura volteó los ojos hacia arriba; Jenny nunca iba a aprender a ser discreta. Si iban a continuar en compañía de estas chicas, quizá sería mejor que les dieran su confianza cuanto antes. Era mejor que Jenny pudiera hablar, y actuar, sin trabas… y ella también.

—¿Vieron a la Christen? —dijo Charlie—. Seguro la manguera fue idea suya.

—Está ansiosa por provocar a la gente, crear un disturbio —observó Kim—; crear evidencia del AntiFa.

—Pero nadie muerde el anzuelo, por fortuna —Charlie se frotó el rostro con ambas manos para limpiarse el sudor.

—Hasta ahora —repuso Laura—. Si en alguno de sus intentos se topa con alguien de pocas pulgas, quién sabe qué pase.

—Me parece más probable que pongan agitadores disfrazados entre los manifestantes —observó Charlie.

—Es probable… —Jenny se quedó pensativa—. Si alguien pudiera llegar a los cabecillas, sería mucho mejor; al fin, lidiar con los matones de ICE no sirve de nada.

—Todo sirve —corrigió Charlie—; sólo que nada resulta definitivo. Pero mientras más ocurran cosas como lo de hoy, más evidente será para todo el pueblo que la resistencia, los AntiFa, no son gente violenta.

—Pero están acelerando las cosas —Laura externó su verdadera inquietud—. Están buscando consolidar su base de poder antes de las elecciones de medio término, para no perder un ápice; y seguramente, para asegurar que el siguiente presidente lo pondrán ellos mismos sin que nadie pueda evitarlo. Esta forma de resistencia es buena… pero hay muy poco tiempo. Hace falta hacer más.

—Por eso están reforzando el ángulo religioso —dijo Charlie—. Su cristianismo corrompido, apocalíptico. Ahora lo quieren imponer en las escuelas; a Shatner lo presentan como un mártir religioso. Si fueran católicos, seguro lo querrían canonizar.

—¿Escucharon que alguien publicó en broma que le habían hecho una maldición? No para matarlo; era en plan humorístico, buscando que le salieran barros y se le descompusieran los micrófonos… pero como coincidió con que su asesinato ocurrió dos días después, muchos se lo tomaron en serio, incluso dicen que su esposa estaba muy asustada por ello desde antes que le pasara nada. Nada para reforzar el fanatismo como una cacería de brujas literal.

Las cuatro callaron un momento.

—Oigan —dijo Laura de repente—, se me acaba de ocurrir algo. Para empezar a atacar el problema de raíz —miró a Jenny de manera significativa—. Pero primero, hace falta hablar de algunas cosas.

Jenny la miró, y abrió mucho los ojos.

—¿En serio? —Charlie y Kim las miraban a ambas, intrigadas— Bueeeeno… mejor eso a que suceda a la mala.

Charlie las miró con sospecha, y dejó de caminar.

—A ver. Aclaremos de una vez. ¿Ustedes pertenecen a alguna red subversiva? ¿Son anarquistas, o alguna cosa? Desde hace días que sus ambigüedades me recuerdan a las chicas de Oktyabr Samizdat (4), y ya sabemos lo que pasaba con ellas.

Jenny y Laura se miraron perplejas y se soltaron a carcajadas, lo que sólo contribuyó a la confusión de las otras chicas.

—Para nada —dijo Jenny—. No, no… Es que, bueno… vamos mejor al hotel y allí hablamos.

Laura sospechaba que esta noche no dormirían mucho.

***

La habitación estaba oscura; los ojos de Christen Nome se abrieron e intentaron discernir las formas de mobiliario que no le era familiar. Tardó unos momentos en recordar que estaba en un dormitorio del cuarto piso del hotel River’s Rim, en la calle Hamilton, a un par de cuadras del edificio de ICE. El comandante Fallon le había ofrecido improvisar un dormitorio en las oficinas, quizá en un cuarto de detención provisional, pero no iba a permitir que le dieran algo tan incómodo y de mal gusto.

Al pensar en ello, recordó aquel día frustrante, las calles tranquilas, la patética muchedumbre de danzantes latinos, negros y con algunos americanos blancos entremezclados. El fracaso de esos agentes incompetentes que permitieron que el único sabotaje de los AntiFa, cortar la manguera, fuera exitoso; ¡y que encima habían dejado escapar a la chica que lo hizo! La furia producida por estos recuerdos despejó la mente de Christen.

¿Qué la había despertado? Lo ignoraba, pero había sido repentino. Se incorporó: estaba completamente destapada. La luz de un farol callejero que entraba por la ventana le permitió discernir los cobertores apilados en el suelo. Extendió la mano hacia la lámpara de la mesa de noche… y recordó que no había lámpara en la mesa. Había un interruptor en algún sitio del muro, pero no recordaba donde. Soltó una maldición, y deslizó las piernas fuera del borde de la cama. Miró la hora en su celular, que había dejado en una esquina del colchón: 3:36. Notó que tenía la batería baja.

Se puso de pie; tenía puesta una camiseta de MAGA y sus pantaletas. Caminó descalza hasta la puerta del baño; lo abrió, encontró el interruptor y lo accionó: nada. Intentó un par de veces más, pero la luz no se encendió.

Lo que faltaba.

Oregon era un sitio miserable; se aseguraría de hacerse escuchar en su cita con el alcalde al otro día. Luego de orinar, salió y fue a buscar su celular para cargarlo; entonces recapacitó. Probó la luz del dormitorio y, no, no había energía. ¡Esto era inadmisible!

Tomó la bocina del teléfono interno del hotel: no había señal. Por supuesto. Mandaría a alguien ahora mismo para exigir que la administración resolviera esto cuanto antes. En la calle sí había luz, por lo que debía ser un problema del edificio.

Abrió la puerta; en ella remataba un extremo del pasillo, y cuatro puertas más adelante, el pasillo topaba a la mitad de otro; la puerta de otra habitación, indiscernible en lo oscuro, se hallaba allí. Empezó a sospechar que el gobierno de Portland les había cedido un edificio en mal estado como una forma de hostigar a ICE.

Según recordaba, en este piso sólo habían estado dos huéspedes a los cuales reubicaron por seguridad. En uno de los cuartos adyacentes, se encontraban dos agentes de ICE, a cargo de su seguridad, pero ella había insistido en que no estuvieran en una habitación adyacente; en ocasiones gritaba al hablar por teléfono, y no quería ser escuchada. Enviaría a uno de ellos con el encargo. ¿Pero en qué habitación estaban los agentes? Pensó en llamar en voz alta; pero era ridículo hacer eso, como un ama de casa mexicana. Iría hasta el cuarto correspondiente. Consideró y descartó ponerse pantalones; no tenía paciencia para más, ni se iba a vestir por beneficio de ellos. ¡Más les valía a los agentes cuidar a dónde miraban!

Suspiró, y empezó a caminar. En el pasillo, fuera del alcance de las ventanas, la tiniebla era total, por lo que fue deslizando las puntas de sus dedos por el muro. Contó cada una de las puertas cuya madera fría sintió: cinco. Estarían en una de las más alejadas, si no recordaba mal. Golpeó la puerta, que apenas percibía como un borrón negro, y no hubo respuesta; golpeó de nuevo, más fuerte.

A su lado, la puerta que remataba el pasillo, opuesta a la suya en el extremo, hizo clic. Así que allí estaban. La cerradura se había abierto, pero la puerta permaneció cerrada.

—Soy yo —dijo—. Abran.

No hubo respuesta. ¿Qué esperaban? Dio un par de pasos hasta esa puerta, y la empujó de un manotazo. Dentro, había un poco de luz, gracias a la ventana, pero no tanta como en su cuarto ya que ésta no daba a la calle.

¿Y los agentes? En la escasa luz no veía a nadie allí de pie. Parpadeó repetidamente para discernir algo más: a un lado, empezaba una cama doble. Había dos formas tendidas en ella.

Se aproximó a la cama: eran los dos agentes, completamente vestidos con sus uniformes por lo que distinguía bajo el resplandor de la ventana al otro lado de la cama; pero inmóviles, ni siquiera se notaba su respiración. Parecían sin vida; Christen sacudió la cabeza para quitarse fantasías morbosas. ¡Estos incompetentes estaban dormidos ambos cuando tendrían que estar a cargo de su seguridad personal!

—¡Arriba! —espetó.

Y algo se alzó del otro lado de la cama.

Parpadeó, segura de que la sombra voluminosa era una ilusión óptica; pero la forma abultada no desapareció: se irguió hasta ocupar el espacio central de la cortina alumbrada desde el exterior. Una sombra de formas redondeadas, de dos metros, o más. Christen soltó un gemido agudo y retrocedió; pisó la alfombrilla junto a la cama, trastabilló, y cayó de espaldas. Su hombro dio de manera dolorosa con la silla que había en cada cuarto, la cual se volteó con un estrépito, y quedó sentada en el suelo. No se detuvo a mirar lo que ocurría; sintió pánico. Se volteó y manoteó para incorporarse, su mano dio con la silla caída y se apoyó. Corrió hasta la puerta, y allí miró atrás: algo masivo que se agazapaba contra la luz de la ventana, una forma encorvada que le hizo pensar en un oso. No tenía una cabeza humana; era algo demasiado ancho, de forma extraña. ¿Qué era lo que veía? Empezó a caminar a lo largo del pasillo para poner distancia; no podía ver nada y no quería caer de nuevo, por lo que iba demasiado lenta. Abrió la boca para gritar y convocar ayuda, pero enmudeció a tiempo, al sumar los varios elementos en su mente aterrada: nada de electricidad, un intruso, silencio total. Tal vez el edificio fue tomado y ese es un asesino que eliminó a los agentes, pensó; de ser así, si pido ayuda vendrán por mí.

Empezó a correr, y como lo había temido, resbaló y cayó de bruces; su rodilla izquierda se golpeó en el suelo alfombrado, y el dorso de su mano derecha dio dolorosamente contra el muro. Se levantó de nuevo: allí adelante, la puerta abierta del dormitorio parecía brillantemente iluminada por contraste. Corrió de nuevo; las duelas crujían bajo la alfombra a cada paso de sus pies descalzos. Consideró cerrar la puerta al llegar, pero si en efecto algún grupo terrorista hubiera ocupado el edificio, lo mismo podría el intruso dispararle a través de la puerta mientras lo hacía. Hasta ahora no recibía una bala; tal vez la oscuridad trabajaba a su favor, y el intruso no conseguía apuntarle bien. Pero ahora estaba contra el marco iluminado de la puerta. Optó por ir directamente a la cama para tomar su celular, y saltar a un lado, a la parte del dormitorio que no era visible desde el pasillo. Pegó la espalda contra el muro, a un par de metros de la puerta abierta, y desbloqueó el celular. Ya estaba preguntándose a quién llamar: al comandante Fallon, a cargo de las instalaciones de ICE. Él enviaría ayuda, y estaban muy cerca.

Una leyenda apareció en la pantalla, en letras blancas pequeñas; no se molestó en leerla. El celular no tenía señal.

—Dios mío —siseó. Debían tener un bloqueador de señal. Definitivamente eran terroristas. Sus ojos se sentían húmedos; los frotó mientras volteaba de nuevo hacia la puerta del dormitorio. Después de todo, no cerrarla había sido un error. El intruso no se asomaba todavía; ¿y si entraba disparando? No había disparos en el edificio; se trataba de una incursión tranquila. Tal vez eran sólo hippies AntiFa, como eran la mayoría a pesar de la campaña que estaban armando para hacerlos ver ante los medios como una organización terrorista, y no algún grupo peligroso; de ser así, no correría ningún peligro. ¿Pero entonces cómo habrían entrado, cortado la energía, bloqueado las comunicaciones? En el vestíbulo del hotel debían estar otros guardias. Tal vez, se le ocurrió, no le habían disparado porque sabían lo valiosa que sería como rehén; tenía que contar con eso. Si lograba cerrar la puerta, bloquearla con la cama, atrincherarse en el cuarto y pedir ayuda por la ventana… ¡Sí!

Pero necesitaba ver quién estaba allí afuera. Buscó frenética la función de linterna del celular; nunca la había usado. Sintió que tardaba minutos enteros en buscarla… ¡Al fin! Un haz de luz intenso apareció, iluminando el piso, y dejó impresiones retinales en sus ojos que parpadeó varias veces para tratar de aclarar. Apretó la linterna contra su muslo, y avanzó hacia la puerta, manteniéndose cerca del muro.

Su mano tocó el marco de la puerta. Contuvo el aliento, y apuntó la linterna hacia el pasillo, asomándose apenas. El haz de luz mostró el muro, las puertas, el suelo… recorrió el pasillo hasta el fondo… y vio una especie de bota verde, voluminosa. Centró la luz en la figura que se hallaba justo frente a la puerta del dormitorio del extremo opuesto, una figura verde y amarilla, con colores brillantes y formas redondeadas. Christen tuvo un instante de confusión total, intentando asimilar lo que veía. Una rana. Era esa estúpida botarga de rana que había visto bailando afuera de las instalaciones de ICE hasta la madrugada, con una inmensa cabeza inflada, una boca de media luna invertida, ojos amarillos grandes y redondos. Simplemente estaba allí, de pie, inmóvil, dejándose alumbrar.

En medio del miedo, experimento algo de alivio; entonces sí se trataba de los hippies. Había sobrevalorado a los AntiFa, la oposición civil no era más que un montón de latinos inmaduros que no se tomaban en serio ni siquiera la política, y que no podrían armar una resistencia eficaz ni en sueños; después de todo, ella misma había ayudado a fabricar su imagen como organización terrorista armada para justificar el despliegue de tropas en las ciudades demócratas. Se sintió furiosa consigo misma por haberse creído, aunque fuera por un momento, sus propias invenciones. Repetía tanto las mismas cosas a los medios, y al presidente, que ya casi se convencía a sí misma. Un tipo en botarga no la iba a intimidar. Salió a situarse en el centro de la puerta, sin dejar de alumbrar a la rana.

—Bueno, basta —dijo—. Ya hiciste tu broma. Quítate eso ahora mismo.

La rana permaneció en silencio, sin moverse. Bien podría haber sido un maniquí dentro; pero había salido del baño, esa era una persona allí adentro.

—Quítate el disfraz y dime tu nombre, y las cosas irán mejor para ti —insistió. No hubo respuesta. De sentirse envalentonada pasó a experimentar nuevas dudas y temores. La rana no tenía ningún arma visible, pero podría tener una pistola oculta dentro del brazo de la botarga. Y quienquiera que fuera, no venía solo; ¿cómo habían desactivado la energía? Y el celular; eso no lo hacía un hippie. Tal vez esto no era tan simple.

—¿No quieres hablar? Es lo mejor para ti —fanfarroneó. Tuvo una idea: ocultó su mano libre en su espalda, esperando que el intruso no la hubiera visto bien, para fingir que había tomado un arma—. Soy buena tiradora. ¿O crees que no te dispararé? Un perro, un caballo; una rana. Un latino. Me da igual poner a dormir a cualquier bestia que lo amerite. ¿Qué tanto te interesa seguir vivo?

La rana no dio respuesta, ni señal de reconocimiento a las palabras de Christen. Ella pasó el haz de luz de abajo arriba por la rana, atenta a cualquier movimiento. De repente sintió que su actitud amenazante era demasiado endeble para intimidar al intruso: allí, de pie, expuesta, sólo en pantaletas y una camiseta. Como la víctima en una película de slashers. Fingiendo tener un arma oculta; la rana había tenido oportunidad de sobra para ver que no había nada en su mano. ¿Pero qué más podía hacer?

—Voy a contar hasta cinco —dijo; pretendía que eso fuera una amenaza, pero su voz tembló un poco. Sus ojos se sentían húmedos de nuevo, y se odió a sí misma. Miró a los ojos de la rana; entonces recordó que el círculo opaco en la mandíbula de la redonda cabeza alzada era donde se encontraría el verdadero rostro de la persona dentro. Pero no podía ver nada a través de la malla que lo cubría—. Uno —¿por qué no se había puesto pantalones? Decidió que eso era lo que la hacía sentirse tan mal, tan asustada. ¿Cómo podía imponerse, en estas condiciones?

¿Y por qué no había señal de vida en alguna parte del edificio luego del ruido que había hecho?

—¡Dos! —la escalera estaba a la mitad del pasillo, en el lado opuesto a las puertas de las otras habitaciones. Si pudiera llegar… La rana no reaccionaba; tal vez podría avanzar, hacer como que acercarse era parte de su amenaza con el conteo, y al llegar a la escalera, bajar, o subir… ¿Pero qué estaría pasando en los otros pisos? No tenía idea. Repasó los contenidos del dormitorio; no había nada que pudiera usar para defenderse. Decidió correr el riesgo. Dio un paso adelante, y dijo—: ¡Tres!

¿A dónde iría? Abajo, en el siguiente nivel, un guardia debería estar al pie de la escalera para impedir que nadie subiese; un guardia que tendría que haber sido superado para que la rana llegase aquí, y en todo caso, ya habría escuchado su voz y acudido. Arriba, habría otros dormitorios… si sabían que se encontraba aquí, era poco probable que los hubiesen ocupado todos. Arriba, sería.

—Tres —avanzó unos cuantos pasos, despacio; ansiaba verse como si se preparase para atacar, pero sentía que hasta sus piernas le temblaban. La rana continuaba sin moverse; observándola. Tres pasos más y llegaría a la escalera, pero la más próxima descendía; era un par de metros más hasta la que pretendía alcanzar, que la llevaría arriba. ¿Y si golpeaba una de las puertas y hacía ruido? Podría atraer ayuda.

¿Y si todos los agentes habían sido sometidos?

Tal vez sí habían tomado el edificio y estaban haciendo esto para filmarla con cámara de visión nocturna y ridiculizarla. De nuevo sintió enojo, pero con él vino una necesidad casi abrumadora de retroceder, huir, encerrarse en el cuarto y sentarse en el suelo a llorar. Sintió una lágrima que corría por su mejilla; no quiso limpiarla, hacerla evidente con sus acciones. En lugar de ello, dijo:

—Cinco.

Los ojos de la rana, redondos y amarillos, se encendieron con luz opaca. Christen soltó un grito breve y retrocedió; de nuevo perdió el equilibrio y cayó sentada. Se arrastró hacia atrás en pánico, se volteó y no consiguió ponerse en pie, de manera que se impulsó sobre pies, manos y rodillas hasta llegar al dormitorio. Continuó hasta alcanzar la cama, y allí se apoyó para incorporarse. Volteó para cerrar la puerta y permanecer allí hasta que llegase ayuda, pero quedó paralizada.

La rana llenaba el marco de la puerta; sus ojos amarillos refulgentes rebasaban el dintel, ya en el interior. Al fin venía a por ella. No tenía a dónde ir. Miró a la rana, rezando por que no se aproximara más. 

La rana extendió el brazo derecho hacia ella; señalándola con su rudimentaria pata verde, y de nuevo ella soltó un grito breve. ¿Acusándola, amenazándola? ¿Tenía un arma como había sospechado y ahora iba a dispararle?

Extendió el otro brazo, ambos apuntando hacia ella. Miró a la rana, temiendo… no sabía qué, pero algo terrible. Entonces la rana flexionó el brazo derecho, y se tocó el izquierdo. Luego dobló el otro, cruzándolos. Christen lo miraba todo, desconcertada.

Entonces la rana alzó el brazo derecho, se llevó la mano… la pata… a su enorme nuca. Alzó el otro brazo e hizo lo mismo. Luego bajó el otro y lo cruzó sobre su abdomen hinchado.

Estaba… Christen parpadeó, perpleja. ¿Estaba bailando la Macarena?

Entonces la rana dio un paso adelante, hacia ella… y se desplomó sobre Christen. Soltó un alarido, y manoteó contra la tela fría que la cubrió y envolvió. Escuchó voces, y pasos; ella sentía que la rana la devoraba entera con los pliegues de la botarga, y gritaba sin parar.

La tela pesada que la cubría fue retirada, y los ojos llenos de lágrimas de Christen fueron deslumbrados por varias linternas de mano. Continuaba gritando; estaba segura de que la iban a acribillar, o peor.

—Miss Nome… ¡Miss Nome!

Era un hombre uniformado de ICE. Detrás de él, dos más miraban alrededor con rifles alistados. Dejó de chillar, y permitió que le ayudaran a levantarse del suelo, intentando comprender lo que ocurría. Varias linternas alumbraban la botarga vacía, arrugada en el suelo, mientras algunos hombres revisaban el dormitorio.

—¿Dónde está? —consiguió articular, señalando la botarga, sin escuchar ni entender las preguntas que el agente le formulaba—. ¿Dónde está?

Eventualmente revisaron el edificio sin encontrar al intruso. Más tarde, Christen aseguró que en ese caso uno de los propios hombres de ICE tenía que haberlo hecho todo. Pero no había evidencia de ello. Los cables del suministro eléctrico habían sido cortados en el sótano; los guardias de noche en la habitación opuesta habían sido drogados para dejarlos inconscientes con una bebida de cortesía que el gerente aseguró que no había sido presentada por su personal; ahora los celulares tenían perfecta recepción. Al llegar, el comandante Fallon le aseguró que habían desalojado también el piso superior para darle privacidad. Algunos agentes empezaron a murmurar que ella tal vez había intentado fingir un ataque para hacerlos ver mal…

Nadie supo quién tomó unas fotos de Christen en paños menores y llorando que empezaron a circular entre el personal de ICE, pero cuando un par de días después, varias otras ranas se unieran a las manifestaciones festivas en las calles con la bandera de RanatiFa, se decía que esta iniciativa había sido inspirada por rumores de aquella noche. Por la razón que fuera, la rana se convirtió de inmediato en símbolo de la resistencia pacífica en Portland. Mientras tanto, Christen consultó de manera discreta a algunos miembros fundamentalistas de MAGA que sostenían que AntiFa estaba utilizando también magia negra para agredir al gobierno; luego de varias noches sin poder conciliar el sueño, estaba dispuesta a creer cualquier cosa.

***

Esa noche, como lo había anticipado Laura Drake, tampoco las chicas durmieron. Para no moderarse en un hotel, fueron a Biketown, un bar de motociclistas, donde se les unieron las chicas de Oktyabr Samizdat, y pasaron la noche celebrando, bebiendo cerveza y poniendo una y otra vez “Macarena” en la consola de música. Ya como a las cuatro de la mañana, todas ellas bailaron la canción casi completa de pie encima de la barra, mientras la gente del bar les aplaudía y chiflaba.

Laura se había encargado de hacer llegar las fotos de Christen a los agentes de ICE; fotos que Jenny había tomado, cuando todavía se encontraba dentro de la botarga. Para ello, creó una cuenta de OnlyFans a nombre de “Cosplay Christen” que ya iba por los 65 mil seguidores, y aún no la tumbaban.

Jenny había tenido que explicar y demostrar sus habilidades de “entrada” y “salida” para que Charlie y Kim pudieran creerlo, y además asimilarlo, ya que habría sido imposible implementar la idea de Laura con ellas presentes sin hacerlo primero. Era difícil la primera vez, eso Laura lo sabía bien.

—La Nome va a tener fobia a las ranas toda su vida —decía Jenny—, ¡y por lo menos aquí en Portland van a seguir usándolas todos los días!

—Si nos hubieran dicho sus planes —dijo Briana, con fuerte acento ruso subrayado por la embriaguez—, les hubiéramos presentado a la gente que nosotras conocimos en estos días. ¡Si la rana tuvo efecto con Nome, para la próxima vez podrían presentarle al Sleestak!

—Siempre hay otro día —repuso Jenny. 

 

Créditos

“La noche de la rana” constituye un homenaje realizado para los aficionados y coleccionistas de los personajes clásicos del cómic.

“La noche de la rana” Copyright © 2025 Luis G. Abbadie. Debe ser reproducida siempre acreditando al autor.

Los Héroes Convocables es una serie de relatos que retoman a personajes clásicos de dominio público, huérfanos o con derechos liberados, para traerlos a enfrentar los desafíos del mundo actual.

Con agradecimiento a Scott S. por su valiosa información acerca de Portland (omito su apellido solo para estar seguro de no causarle inconveniencias con, digamos, “los malos del cuento”).

El personaje Jenny Everywhere está disponible para su uso por cualquier persona, con una sola condición: este párrafo debe incluirse en cualquier publicación que involucre a Jenny Everywhere, para que otros puedan utilizar esta propiedad como deseen. Todos los derechos revertidos.

El personaje Laura Drake fue creada por Jeanne Morningstar y puede ser utilizada por cualquier persona sin atribución alguna. Todos los derechos revertidos.

Esta es una obra de ficción, en ella cualquier semejanza con personajes y situaciones reales se sujeta a las normas de la parodia, y no pretende en ningún momento constituir una representación fidedigna de la realidad.

 

Notas 

1) Esto ocurrió en La Semana de los Cuchillos Largos (actualmente en imprenta).

2) Immigration and Customs Enforcement (Inmigración y Control de Aduanas).

3) Esto ocurrió en Las muchas vidas de Octobriana (actualmente en imprenta).

4) Grupo musical subversivo prohibido por la autoridad rusa, a quienes las cuatro chicas conocieron en Las muchas vidas de Octobriana y en La Semana de los Cuchillos Largos (actualmente en imprenta); sus integrantes pertenecen al PPP, un grupo comunista-anarquista de expresión artística contestataria. 

 

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