domingo, 31 de agosto de 2025

Hasta abajo en el Tótem - Un episodio de Los Héroes Convocables


 Hasta abajo en el tótem

Episodio Anexo de Los Héroes Convocables

Autor y artista: Luis G. Abbadie

(También puedes leer la versión en inglés aquí)

El primer deber de un revolucionario es hacer la revolución.

—Ernesto “Che” Guevara

Con un negro odio en su corazón hacia todos los opresores, Lady Satán se apresura hacia el edificio de gobierno…  

—George Tuska

Prólogo

Bajo el firmamento nocturno, una pira ardía en el centro del claro de la hacienda. Una mujer rubia de vestido negro agitaba las llamas con una vara, mientras un hombre con un traje marrón descuidado colocaba un cáliz con vino rojo en un altar dispuesto en el suelo sobre un mantel oscuro, a un lado de un pentáculo de madera. Varios implementos y objetos se hallaban colocados alrededor, todo listo para un ritual de novilunio. Una mujer envuelta en un manto rojo se aproximó desde el edificio de la hacienda; era la única que llevaba su vestimenta ceremonial, aunque por otra parte, era también la única que vestía su manto en muchas ocasiones fuera del entorno ritual, para llevar a cabo ciertas actividades.

—Ya está todo —dijo Desdemona Mather, mientras echaba otro leño al fuego.

Muchas gracias —dijo Marietta Là-bas, con una sonrisa—. Ahora será mejor que entren mientras trabajo.

—Deberías dejar que te apoyemos —protestó Rosen Cruz—, con los tres, alcanzaremos mayor potencia.

—Ya me ayudaron bastante con esto —repuso ella—. Esto lo haré sola; trabajar con las fuerzas del destino es peligroso, porque harán que confrontemos todas nuestras deudas; nuestro karma. Yo estoy dispuesta, esto lo vale, pero no es necesario desencadenar lo mismo para ustedes. Además —añadió, mirando de manera significativa a Desdemona— será mucho más seguro que tú encares la deuda que ya sabes en tus propios términos.

Desdemona apretó los labios, y asintió.

—Vamos, Rosen —dijo, volviéndose hacia la hacienda, y añadió—: Vete con mucho cuidado.

Marietta sonrió de nuevo.

—Siempre.

—¡Ja! —respondió Desdemona ruidosamente, sin voltear.

Marietta aguardó a que cerraran la puerta tras de sí, y se volvió hacia el fuego. Alzó la capucha del manto y cubrió su cabeza. Tomó el athame del altar y sostuvo la hoja doble de la daga entre las llamas, un momento; entonces marchó hacia el norte, y empezó a caminar con pasos firmes a lo largo del perímetro señalado con rocas, haciendo una pausa y un gesto en el aire al llegar a cada uno de los puntos cardinales. Caminó tres veces alrededor, murmurando nombres de poder; luego regresó al centro, y tocó tres veces el pentáculo con el athame. Alzó los brazos en V y declaró:

—Me encuentro bajo las mismas estrellas bajo las cuales celebraron mis ancestros, para pronunciar los mismos nombres por los cuales los conocemos desde que nos los enseñó la Santa Strega. ¡Guardianes de las cuatro direcciones, brinden su fuerza a este rito, para que mi voz sea escuchada!

Si figura habría resultado imponente para quien la viese; Marietta Là-bas, la mujer relajada y elegante que había ingresado al círculo, había sido sustituida por Lady Satán, la bruja.

Extrajo una ampolleta de un bolsillo de su manto, y lo colocó sobre el pentáculo. Pinchó su dedo índice de la mano izquierda con la punta del athame hasta que brotó una gota de sangre; entonces, hizo la señal de Voor, la mano cornuta, con su derecha mientras tocaba la ampolleta con el dedo pinchado.

Un vendaval se desató justo cuando comenzó a entonar, con voz potente, un antiguo conjuro, como si los elementos se unieran a su llamado:

Tisiphone uocisque meæ secura Megæra,

non agitis sæuis Erebi per inane flagellis

infelicem animam? Iam uos ego nomine uero

eliciam Stygiasque canes in luce superna

destituam; per busta sequar per funera custos,

expellam tumulis, abigam uos omnibus urnis.

Teque deis, ad quos alio procedere uultu

ficta soles, Hecate pallenti tabida forma,

ostendam faciemque Erebi mutare uetabo.

Eloquar immenso terræ sub pondere quæ te

contineant, Hennæa, dapes, quo fœdere mæstum

regem noctis ames, quæ te contagia passam

noluerit reuocare Ceres. Tibi, pessime mundi

arbiter, immittam ruptis Titana cauernis,

et subito feriere die. Paretis, an ille

compellandus erit, quo numquam terra uocato

non concussa tremit, qui Gorgona cernit apertam

uerberibusque suis trepidam castigat Erinyn,

indespecta tenet uobis qui Tartara, cuius

uos estis superi, Stygias qui peierat undas?[1]

Lady Satán permaneció con los brazos en alto, sus ojos cerrados, entregándose a la fuerza del viento con una sonrisa fiera; cuando éste aminoró, abrió los ojos.

Cruzó los brazos en X, e hizo una reverencia.

Había sido escuchada.

 

En el interior de la hacienda, Rosen Cruz servía un par de vasos de vino, e hizo una pausa al escuchar el estruendo del clima; los cristales de las ventanas retemblaron. Miró a Desdemona; vio cómo la recorría un escalofrío.

—Han venido —dijo con voz débil.

Rosen dejó la botella en la barra y dio un trago a su vaso con enfado.

—Tendríamos que estar allí, con ella. Bueno, yo tendría que estar.

—Ella tiene razón —repuso la joven—. Sabes bien lo que puede desencadenar trabajar con… ellas. Y no estamos listos; yo, para la herencia de mi madre. Y tú, bueno, lo que te viste forzado a hacer cuando ocurrió lo de Montauk…

Rosen hizo una mueca.

—Eso y tantas otras cosas; he tenido tiempo de sobra para meterme en broncas, así que tengo todo un catálogo de opciones —calló un momento, con expresión sombría—. Sí… Mari tiene razón. Pero no me gusta. Ella asegura tener menos riesgo inmediato, pero nadie está libre, mucho menos cuando ha trabajado con el sendero de la mano izquierda. Debí…

—Llegará nuestro turno —dijo Desdemona, aproximándose; tomó el otro vaso, y lo alzó—. A nuestra manera.

Rosen alzó el suyo en respuesta.

—A nuestra manera.

La puerta se abrió luego de unos minutos, y Lady Satán entró; sus pasos eran lentos, cansados, la fuerza y firmeza que había manifestado en el ritual se habían agotado por el momento. De nuevo era sólo Marietta, una mujer agotada… pero satisfecha. Sonrió agradecida cuando Rosen le ofreció un vaso de vino.

—Eres buena —dijo él—. Tu abuela debe estar orgullosa en el otro lado.

—Creo que allí estuvo, echándome la mano —repuso ella con un guiño. Rosen asintió, con una sonrisa torcida.

—Ya hablé con nuestro amigo —dijo—. Te espera en Washington la próxima semana.




I

El presidente Drumpf se encontraba sin mucho que hacer en la Sala Oval. Usualmente le presentaban actividades diversas; su equipo sabía que dejarlo con demasiado tiempo para sí mismo era potencialmente problemático. Hoy, de nuevo, decidió ver lo que las que denominaba las “terribles televisoras” de inclinaciones democráticas estaban haciendo. En el fondo, Drumpf disfrutaba enfurecerse contra sus detractores; sentir que estaba en combate contra sus enemigos. Sentirse heroico. Aunque los únicos agresores fueran ataques verbales y memes. En ocasiones se sentía como un sobreviviente como si el atentado fingido en que le habían indicado cómo reventar una cápsula de sangre de efectos cinematográficos en su oreja hubiera sido real; en su mente los recuerdos se emborronaban cada vez más, y la imagen del dramático retrato de aquel momento que colgaba en un muro de la Casa Blanca era mucho más nítida que su memoria real del suceso. A veces se percataba de que su mente poseía menos claridad que antes, pero se lo atribuía a la falta de reposo, a su esfuerzo constante por convertir a los Estados Unidos de América en el país más “candente”. Aun si los lapsos de inactividad y de distracción con Netflix eran cada vez más prolongados.

Sintonizó el canal WWB; la televisión era un aparato que sí sabía manipular. Era capaz, pensaba, de reconocer sus limitaciones: la alta tecnología marcaba sus límites, para ello tenía a su equipo debidamente capacitado que encendía la computadora por él y posteaba en su cuenta de Drumpf Social según su dictado. Seleccionó el noticiero Answers Only; el logotipo apareció acompañado del rítmico tema musical. Sentado detrás de su mesa, el comentarista  V.M. Sage apareció mirando a la cámara. Saludó con una sonrisa a Tina Sanders, su compañera conductora, y a la productora Nora, a quien hizo un gesto fuera de cámara. Pero los ojos de Sage no sonreían; casi nunca lo hacían, era un hombre que parecía perpetuamente enojado, y en cada programa se quejaba de aquello que lo indignaba. Drumpf solía disfrutar de esto, y aplaudía sus diatribas en contra del presidente anterior; hasta que un día, Sage se atrevió a cortar una llamada telefónica que había hecho al programa. Fue entonces, decidió Drumpf, que Sage había mostrado sus verdaderos colores. Y en efecto, desde que había sido elegido presidente, se había vuelto objeto de las invectivas de Sage, el cual se mostraba decidido a arruinar la respetabilidad de Drumpf, haciendo pasar todos sus logros por fracasos.

Ahora, Sage miraba a la cámara, y dejó de sonreír.

—El encuentro del presidente con el mandatario ruso Vlad Prudkin fue lo que podíamos esperar. Drumpf llegó con promesas de pacificar la guerra en Ucrania una vez más, y Prudkin se marchó sin haber hecho una sola concesión; una vez más. Mientras que Drumpf le ofreció el apoyo y recursos americanos. ¡Una vez más! —el tono de Sage era cada vez más agresivo— Si teníamos alguna duda de que tenemos un presidente al servicio del ex agente de la KGB que funge como dictador en su país, Ronald Drumpf hace todo lo que puede por dejarlo bien claro para nosotros.

“Apenas hoy empezaron a circular imágenes de los nuevos ataques al territorio ucraniano; de tropas rusas, pero también de tropas de Corea del Norte, país que se muestra partidario unilateral de Rusia —Sage hizo un gesto, y en respuesta, el monitor mostró un video de tanques de guerra avanzando por una población de Ucrania—. Como podemos ver aquí, el ejército ruso estaba listo para recibir la señal de Prudkin, apenas iba éste de regreso a Moscú, los soldados izaron en sus tanques estas dos banderas: la de Rusia y la de los Estados Unidos por igual. Esto envía un mensaje muy claro a los ucranianos: si esperaban ayuda o apoyo de nuestras tropas, ahora saben que ésta sólo sería ofrecida a los invasores rusos. Ellos no saben ni les importa más que una cosa: están muriendo a manos de soldados rusos y norcoreanos, y nuestra bandera es una de las que portan sus ejecutores.

La cámara mostró de nuevo el rostro de Sage.

—¿En eso nos hemos convertido? ¿Aliados de Rusia y de Corea del Norte? ¿Acaso no eran esos dos “enemigos de la libertad” a los que se oponían los republicanos hace sólo un par de años? ¡Bienvenidos a nuestro nuevo país bananero, compañeros americanos! ¡Larga vida al führer!

—¡Estúpido! —vociferó Drumpf, y pausó la transmisión. No iba a escuchar más tonterías, tenía que callarle la boca a ese imbécil. Oprimió el botón del comunicador en su escritorio—. ¡Emily! Venga ahora mismo, necesito poner un mensaje importante en las redes acerca de ese terrible reportero V.M. Sage.

II

Henry Lorentz salió de su domicilio sin ninguna urgencia. Se decía a sí mismo que era feliz con su trabajo, pero a lo largo de los últimos meses, en verdad lo padecía. Estar a cargo de la salud del presidente era una labor sisífica, y empezaba a volverse peligrosa. Drumpf jamás escuchaba razones; en unas cuantas ocasiones, realmente había puesto atención a los intentos que hacía por explicarle su precario estado fisiológico, pero era imposible convencerlo de que su dieta tenía que ser controlada. Lo más que había conseguido era que se moderase en el consumo de refrescos, pero luego acababa de cinco a ocho latas durante una sola mañana de golf en los campos al norte de Mar-A-Taco. Y típicamente, Drumpf empezaba a reprocharle a él cuando se sentía mal, lo que resultaba aterrador.

Si todo iba bien, hoy sólo tendría que realizar los exámenes diarios, sin ir más lejos; prefería no tener que darle ninguna indicación médica si podía evitarlo. Aunque por su propia seguridad, no podía dejar de hacerlo en cada momento en que algún indicio preocupante se presentara.

Tras despedirse de su esposa, abordó su auto, dejó su maletín en el asiento contiguo, y encendió el motor; entonces sintió un pinchazo en el costado del cuello. Se llevó la mano al sitio y tocó una mano enguantada que ya retiraba una jeringa. Aterrado, volteó hacia atrás, mientras un vértigo lo invadía. Su vista se emborronó; ni siquiera pudo distinguir los rasgos del hombre que se hallaba en el asiento trasero, pero sí vio con algo de claridad a la mujer que se hallaba junto a él, mirándole impasible con los ojos cubiertos por unas gafas de color rojo intenso. Intentó gritar, hablar, pedir auxilio; pensó en Laura en la casa, muy lejos para escuchar… de todas maneras, sus labios no le respondían. Su cuerpo se puso fláccido, y cayó sobre el maletín.

Los agresores se apearon con movimientos rápidos, y arrastraron a Lorentz fuera del auto; lo esposaron, lo amordazaron, y lo echaron al interior del cofre. Luego la mujer tomó el volante mientras su compañero quitaba el maletín del otro asiento y se acomodaba en él.

—Deberíamos matarlo —dijo ella, mientras arrancaba.

—Sería abusar de nuestra ventaja —repuso él, mientras se frotaba el rostro repetidamente—. En otras circunstancias, quizá.

—¿Ventaja? ¡Ese desgraciado tiene a un ejército literal en sus manos! Sólo por eso nadie más lo ha hecho.

Él la miró un momento, con ojos verdes y fríos.

—No merece compasión, es cierto. Pero tampoco merece que nos envilezcamos.

Ella permaneció en silencio unos minutos; emanaba furia, que sólo se traducía en algunos movimientos bruscos al conducir.

—Marietta…

—¡Ya! —exclamó ella— Tienes razón. Maldito, tienes razón.

Continuó en silencio; ya faltaba poco para su destino cuando dijo:

—Espero que tu plan sirva de algo. Pero yo haré las cosas a mi modo.

—Si piensas envenenarlo o…

Esta vez, ella sonrió; lo miró un momento desde atrás de sus gafas rojas.

—Muchos hemos estado trabajando en otros niveles; esta es una oportunidad única.

Esta vez fue él quien calló; estudió el rostro de la mujer, finalmente asintió, y suspiró. No se tomaba muy en serio los estudios alternativos de su compañera, pero si eso le daba satisfacción, que hiciera lo que quisiera; él se ceñiría a lo suyo.

III

El vicepresidente Vantz se marchó con actitud preocupada, dejando a Drumpf con una actitud relajada y fanfarrona; había firmado los documentos, como siempre, sin entender casi nada de la explicación que le había dado de sus contenidos, pero la diatriba del presidente acerca de sus posts en Drumpf Social en su guerra personal constante con los medios de difusión demócratas le había dejado claro que tendrían mucha basura mediática con qué lidiar en los siguientes días. Pero si dejaba pasar un par de días, con algo de suerte, el presidente se enfurecería contra alguien más y olvidaría sus intenciones de confrontar a los directores de lo que llamaba “Fake News WWB”.

En la antesala, se cruzó con un médico y una enfermera; era más joven que el médico regular de Drumpf. Usualmente no duraban mucho, el presidente los echaba por cualquier inconformidad o bien renunciaban a atenderlo con algún pretexto. A ver cuánto duraba este.

—Soy el Dr. Dreyfuss, Lorentz debió avisarles que no pudo venir.

La secretaria asintió, mirando sus apuntes.

—Llamó hace cosa de una hora, dijo que vendría usted en su lugar. ¿Andrew Dreyfuss?

Éste asintió, acomodándose unas gafas polarizadas, y ella lo anunció.

—¡Dile que pase! —sonó la voz de Drumpf desde la bocina, y ella se puso de pie para abrirles la puerta.

El médico y la enfermera entraron, y ella cerró la puerta tras de sí.

—Señor presidente; vengo a sustituir al Dr. Lorentz en su examen del día. El proceso será el mismo…

Drumpf guardaba silencio; miraba hacia abajo, se mostraba serio. Los recién llegados se detuvieron, con incertidumbre.

—¿Señor presidente…? —dijo la mujer en voz baja.

Drumpf continuaba en silencio; Dreyfuss estaba a punto de decir algo, cuando al fin les dirigió la mirada.

—Esperaba a Lorentz —dijo al fin—. Había hablado cosas con Lorentz.

—Él lamenta mucho no haber podido venir hoy, señor. Aquí estará de nuevo mañana sin falta.

—Da igual —Drumpf resopló, descartando la cuestión con un gesto—. Aquí está usted, hagamos esto.

El Dr. Dreyfuss abrió el maletín y extrajo el medidor de presión. El presidente se quitaba ya el saco. Mientras tanto, la mujer preparaba una canalización. Drumpf colocó la mano sobre el escritorio; su dorso mostraba una extensa mancha amoratada, resultado de inyecciones y canalizaciones diarias. Ella iba a limpiar la piel con un algodón, pero alzó la mano de repente, mostrándosela a Dreyfuss.

—Casi todo el tiempo me duele; pero desde anoche, hay ratos en que está… que no siento nada, como que se me durmió esa parte de la mano.

—Entumecida —sugirió el Dr. Dreyfuss. El presidente asintió.

—¿Por qué es eso?

Dreyfuss lo pensó un momento. Entonces asintió con la cabeza.

—Hay veces que pasamos por algo desagradable tantas veces que dejamos de resentirlo —dijo—. El dolor sigue ahí, pero su mano se acostumbra, deja de notarlo; es como si sus tejidos quisieran fingir que el dolor ya no está ahí, y se niegan a transmitirlo a su cerebro.

Drumpf asintió con la cabeza; la explicación parecía bastante clara. Colocó la mano de nuevo sobre la mesa, y permitió que la enfermera la limpiara con alcohol. Miró sin poner atención cómo ella frotaba el algodón en movimientos erráticos, como si estuviera dibujando algo sobre su piel. Abrió la boca para decir algo, pero Dreyfuss se adelantó; mientras le retiraba el medidor de presión, dijo:

—Es natural entumecerse, dejar de sentir cuando el malestar es constante. ¿No es igual en la política? un país se acostumbra a los abusos de un dictador, incluso alaba al tirano porque no va a admitir que es un daño autoinfligido; ¿qué pueblo oprimido se da cuenta antes que sea muy tarde? Un hombre que tiene vicios, ¿no se acostumbra a las resacas, las migrañas, como si fueran lo más normal, sin saber que sus entrañas se pudren? —Drumpf lo miró con perplejidad, sin apenas darse cuenta de que la aguja entraba a su piel; tartamudeó, pero calló cuando Dreyfuss retomó la palabra antes que consiguiera articular su comentario—. ¿Qué pasa con el cuerpo que se desnutre y se corrompe? ¿Y no es un gobernante la cabeza, y el cuerpo, su nación?

“¿Y qué me dice del alma?

Dreyfuss hizo una pausa, mirándolo desde atrás de sus gafas polarizadas mientras doblaba el medidor de presión. Drumpf se preguntó por qué le parecía familiar su rostro.

—Dice la religión cristiana… tengo entendido que usted es cristiano, ¿verdad? —dijo el médico— …que el alma nace pura; es limpia y pertenece en el paraíso, en presencia de Dios. Pero ¿qué va a ser de un alma egoísta, sin amor? ¿Qué queda del alma de un hombre que y despoja a los demás, aunque se diga a sí mismo que ellos se lo buscaron por dejarse embaucar? ¿Qué pasa con un hombre lujurioso que abusa de jovencitas, y se dice a sí mismo que ella lo disfrutó?

—¿Qué diablos se trae? —reclamó Drumpf— ¡Recuerde que yo soy…! —Dreyfuss alzó una mano, en la cual sostenía una jeringa idéntica a la que en ese momento la enfermera utilizaba para añadir un medicamento a la canalización de su mano; con movimiento rápido, la aproximó al rostro del presidente, deteniéndose con la aguja a unos centímetros de su frente. Drumpf calló, con los ojos desorbitados.

—Usted —dijo Dreyfuss, con serenidad—, es el hombre que dejó de sentir dolor luego de tanto pinchazo. Es el hombre que dejó de sentir que alguien importa aparte de usted mismo. Usted es aquel niño que creció cristiano pero que tiró a la basura su alma.

“Le preguntaba yo, ¿qué queda del alma de un hombre que usa su poder para enriquecerse, y quita sus servicios médicos al pueblo? —tocó la frente del presidente con la aguja; la piel maquillada con tonos anaranjados empezó a sudar—. ¿Qué se ha ganado el que crea campos de concentración para los que no son blancos, convencido de que por no serlo, son todos criminales? ¿Qué será de un hombre que destruye la economía, que niega sus derechos a las mujeres y criminaliza a quienes tengan preferencias de género que no le gustan? —el médico dejó la jeringa en el escritorio y se volvió hacia la ventana, dándole la espalda; había dejado el maletín en la mesita al pie de la misma—. Pregúntese, ¿puede morir el alma? ¿Y cuánto le falta a usted para averiguarlo?

Drumpf reaccionó; sujetó la jeringa y apuntó con ella a la espalda del médico como si fuera una pistola.

—¿Quién se cree para venir a decirme esto, idiota? —exclamó, y empezó a ponerse de pie—. ¿Viene a amenazarme y a darme lecciones? ¡Soy el presidente, estúpido! ¡Esta noche la va a pasar en mi Alcatraz con los caimanes! ¡Quiero verle la cara y que entienda lo que hizo!

El médico se irguió, se quitó las gafas, y se volvió despacio. Bajo su cabello castaño, los contornos de su rostro eran resaltados por la luz de la ventana… pero no había nada más. No había ojos que mirasen a Drumpf; la nariz no mostraba orificios nasales; fue de una piel lisa y sin aberturas que provino la voz del médico:

—¿Sabrías reconocer el rostro de tu propia condena?  

Drumpf se sacudió al mirarlo; de no haber estado maquillado, habría palidecido. El hombre sin rostro dio un paso hacia él, y el presidente retrocedió, tropezó con la silla, cayó de espaldas. El hombre sin rostro y la enfermera lo observaron convulsionarse en el suelo, hasta que se quedó quieto, inconsciente, y respirando de manera ruidosa.

La bolsa con suero de la canalización había caído sobre su pecho; Lady Satán extrajo la aguja de su mano y se detuvo a limpiar con alcohol.

—¿En serio? —dijo Sage; ella se incorporó, encogiéndose de hombros, y ambos se dirigieron a la puerta.

 

Epílogo

—…Estoy haciendo lo posible por que acabe la guerra en Ucrania —decía Ronald Drumpf en el monitor—.  Sabes, no estamos perdiendo vidas americanas... son sobre todo soldados rusos y ucranianos. Pretendo llegar al cielo si es posible. He oído que no voy bien. Estoy hasta abajo en el tótem. Pero si consigo alcanzar el cielo, esta será una de las razones…  

La imagen cambió para mostrar el rostro furioso del conductor de Answers Only.

—Ya lo escucharon; negociante fracasado hasta el final, ahora Ron ya siente pasos en la azotea y se dio cuenta de que ha pasado toda su vida siendo todo lo contrario al “buen cristiano” que sus seguidores lavados del coco quieren ver en él. ¿Y su solución? Quiere comprarse la salvación como si fuera una transacción empresarial. ¡Apuesto a que algún pastor se las vio negras cuando le preguntó cuántas vidas necesitaba salvar para sobornar a Jesucristo y cancelar su boleto de ida al infierno! A ver si alguien le dice que no funciona así. Eso aparte de que su propuesta de negocio es con Ucrania, mientras que en casa, empieza a desplegar tropas de la guardia nacional para ocupar su propio país, para someter a las ciudades que no tienen gobiernos republicanos. “Vamos a pagar mis pecados con buenas obras allá donde no me estorban mientras sigo armando mi dictadura y pisoteando latinos”. ¿Qué les parece?

El conductor se echó hacia atrás en su asiento, y dijo:

—En cuanto a su post en Drumpf Social donde exige que “Fake News WWB” cancele muestro programa y me despida, sólo tengo una respuesta, Ron: ¡Sácame de aquí si puedes! Aquí V.M. no-se-deja Sage, cambio y fuera.

Marietta Là-bas pausó la transmisión y bebió lo que restaba de su copa de cognac. Dejó el celular a un lado y sonrió. Continuaba pensando que habían desperdiciado una oportunidad única, pero V.M. tenía razón: era mejor actuar sin perder la integridad, ser mejores que la gente a la que se enfrentaban.

Además, no había desaprovechado del todo; la luna nueva pasada, su coven había concentrado la maldición de las Erinias en su rito, con el medicamento que había inyectado a Drumpf sobre su altar. Era, en efecto, la medicina perfectamente eficaz que solían aplicarle diariamente, no la había sustituido ni contaminado… ni siquiera podría decirse que la maldición equivaliera a un “veneno” metafísico; su único efecto sería que la mano de las Erinias trajesen justicia en justa medida. Ojalá ocurriera por medios legales, por desafuero, ya que de esa manera el vicepresidente, igual de corrupto pero con uso de la razón, no podría tomar su lugar. Pero pasara lo que pasara, enfrenarían un problema a la vez.

Sólo había que tener paciencia; los dioses tienen sus propios tiempos.

Marietta se sirvió otra copa, y bebió con satisfacción.

 

CRÉDITOS: 

Hasta abajo del tótem constituye un homenaje realizado para los aficionados y coleccionistas de los personajes clásicos del cómic.

 Hasta abajo del tótem Copyright © 2025 Luis G. Abbadie. Debe ser reproducida siempre acreditando al autor. 

Los Héroes Convocables es una serie de relatos que retoman a personajes clásicos de dominio público, huérfanos o con derechos liberados, para traerlos a enfrentar los desafíos del mundo actual. 

Marietta Là-bas / Lady Satán, publicada originalmente en (1941), fue creada por George Tuska; es del dominio público debido a singularidades legales. De igual manera, Desdemona Mather, creada por Gardner Fox, Steve Englehart y Vincent Coletta (1972) y es del dominio público debido a singularidades legales. V.M. Sage y sus elementos relacionados es creación de Steve Ditko (1967) y sus primeras historias son del dominio público debido a singularidades legales. Rosen Cruz es creación de Alejandro Joya, y es usado con su permiso.

Esta es una obra de ficción, en ella cualquier semejanza con personajes y situaciones reales se sujeta a las normas de la parodia, y no pretende en ningún momento constituir una representación fidedigna de la realidad. 



NOTAS: 

1. “¡Tisífone y Mégara! ¿No temen mi voz? / ¿No se precipitarán con crueles azotes, a través del vacío del Érebo, / alma desdichada? Porque, por su mismo nombre, / las haré salir y, perras estigias [las Furias], a esta luz superior / las tomaré y las perseguiré —como guardiana— de piras y entierros, / las alejaré de las tumbas y las expulsaré de todas las urnas funerarias. / Y a ti, Hécate, ante los dioses, a quienes a menudo vienes maquillada bajo otra apariencia, / te mostraré consumida con tu pálido aspecto, / e impediré que cambies el rostro que tienes en el Érebo. / Divulgaré qué banquetes bajo el gran peso de la tierra te sostienen, / doncella de Enna [es decir, Perséfone], y por qué vínculo / amas al afligido rey de la noche; y qué contaminaciones has sufrido, / Por lo cual Ceres no quiso reclamarte. / Por ti, el peor gobernante del universo [Plutón], enviaré al Titán [el Sol] a tus cavernas rotas / y serás herido repentinamente por la luz del día. / ¿Están todos listos? ¿O a esa / a la que hay que dirigirse, a la que nunca se invocó / sin hacer temblar la tierra, que puede ver a la Gorgona sin velo, / que castiga a la Furia ansiosa con sus propios látigos, / que posee la parte inescrutable del Tártaro, para quien ustedes son los dioses de arriba, y puede renunciar a sí mismo por las aguas estigias?” (Lucano, Farsalia; 61-65 e.v.)


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